El propósito de la mujer como portadora y dadora de amor
Si el casto amor femenino se seca, es que la nación se acerca a su fin... Pero, desde sus cenizas renacerá el pueblo en el que la mujer siga fiel a su servicio al amor.
La mujer camina por la vida como portadora del amor. En este radica su fuerza principal, su promesa, el sentido de su existencia, y no tanto en el amor como manifestación de la concepción y procreación puramente naturales, sino en el amor principalmente como una vibración muy sutil de los movimientos espirituales más elevados; el amor es su órgano más esencial, su acto más creador. La mujer que irradia amor espiritualizado es un tesoro espiritual para su nación.
Sin amor no existirían ni la maternidad, ni la paternidad, ni la familia verdadera, ni los hermanos verdaderos, ni las hermanas verdaderas. Todo carecería de sentido, todo estaría muerto. Quien quiera fundar una familia, sin amor, está minando su misma esencia, quitándole el alma al cuerpo, profanando lo sacro, y todo lo que haga será frágil y vulgar, y su vida será solamente engaño y autoengaño de principio a fin.
El centro de la familia está representado por la mujer. Ella es quien se llena de amor para hacer brotar de sí misma una novísima forma de este; ella es quien irradia desde su interior las ondas del amor. Cuando es pequeña, alegra a sus hermanos y hermanas con la ternura de sus sentimientos por ellos.
Cuando crece, llena todo de un amor que se despierta y se hace maduro, preguntando en silencio (“¿Acaso eres tú el indicado?”), llamando serenamente (“¡Ven ya, mi esperada felicidad!”). Después, se juntan en ella, se concentran todos los rayos (del amor), en toda su extensión e identidad, para que, refulgiendo de felicidad, pueda rebosarlo sobre él, “el único” (esposo) y sobre ellos, los “deseados con todas las fuerzas” (los hijos).
El milagro de ese manantial inagotable, de una abundancia que no se termina, ha pervivido en ella en el transcurso de la historia de la humanidad.
Su amor enciende el hogar familiar y mantiene en él un fuego puro. Ella es quien guarda el tejido espiritual de la Patria, con toda la diversidad de sus tradiciones, y lo sigue tejiendo para herencia y enseñanza de sus hijas, y como un modelo ideal para sus hijos. Si el casto amor femenino se seca, es que la nación se acerca a su fin... Pero, desde sus cenizas renacerá el pueblo en el que la mujer siga fiel a su servicio al amor.
(Traducido de: Viața de familie, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2009, pp. 47-48)