El que juzgue será juzgado con severidad
Nosotros, que pecamos sin medida todos los días, si juzgamos la vida de los otros, sin ser visiblemente culpables de algo y sin cometer vileza alguna ante nuestras ojos, ¿qué castigo habremos de recibir?
En aquel día, el del Juicio Final, Dios nos examinará minuciosamente, no sólo por los pecados que hayamos materializado, sino también por haber juzgado a nuestros semejantes. Y, usualmente, si un pecado es leve por su naturaleza, lo que lo hace más grave e imperdonable es precisamente el hecho de que quinen lo cometió haya juzgado a otros.
¿Parece difícil de entender todo esto? Intentaré explicarlo mejor. Digamos que una persona comete un pecado. Pero después va y juzga a otro, que ha cometido exactamente el mismo pecado. El Día del Juicio, aquella persona no recibirá el castigo correspondiente por el pecado cometido, sino uno doble o triple. Porque Dios le castigará no solamente por sus pecados realizados, sino también por haber juzgado duramente a quienes cometieron las mismas faltas. Todo esto es fácilmente demostrable con algunos hechos del pasado; o, aún más, todo esto quedará más claro a partir de lo que sigue.
El fariseo, a pesar de no haber pecado con nada —incluso vivía con integridad y tenía muchas virtudes—, debido a que juzgó al publicano como voraz, avaricioso y vil, recibió un castigo aún peor que el de este último. Y si el fariseo, aún no habiendo pecado —pero que con una sola palabra juzgó y condenó al otro que sí había caído en falta—, recibió por esto un gran castigo, nosotros, que pecamos sin medida todos los días, si juzgamos la vida de los otros, sin ser visiblemente culpables de algo y sin cometer vileza alguna ante nuestras ojos, ¿qué castigo habremos de recibir? ¿Acaso no podríamos perdernos todo perdón? “Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá” (Mateo 7, 2).
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Cateheze maritale. Omilii la căsătorie, traducere din limba greacă veche de Preot Marcel Hancheş, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2004, p. 82)