El rescoldo de la oración en el alma
El verdadero cristiano, aunque no tenga la mejor disposición de ánimo, se esfuerza en orar. Ora y ora, soplando el rescoldo que pervive en su alma, hasta que, después, ve cómo se enciende la tan anhelada llama de la oración.
En el pasado, cuando en los poblados más lejanos o más pobres no había cerillas, las ancianas “enterraban” los carbones encendidos en la ceniza, para poder prender el fuego al día siguiente con algún rescoldo sobreviviente. Temprano en la mañana, lo que hacía la mujer era sacar a la superficie el rescoldo y soplarlo repetidamente hasta que este fuera capaz de dar lumbre a un trozo de papel y, después, a algunas ramillas secas. Finalmente, se encendía el fuego y ya se podía poner la leña.
Bien, este ejemplo también es aplicable al fuego de la oración. En el alma del cristiano que ama la oración hay un “rescoldo” encendido. Es una pequeña ascua que se puede encontrar bajo la ceniza de las preocupaciones de cada día, del cansancio diario y del sinfín de cosas inútiles que inundan nuestra vida cotidiana. El verdadero cristiano, aunque no tenga la mejor disposición de ánimo, se esfuerza en orar. Ora y ora, soplando el rescoldo que pervive en su alma, hasta que, después, ve cómo se enciende la tan anhelada llama de la oración.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Călăuza rugătorului ortodox, traducere de Gheorghiță Ciocioi, Editura Sophia, București, 2015, pp. 32-33)