El rol de la Santísima Virgen en el plan de salvación
En el plan de salvación de Dios, era necesario que la Madre del Señor aceptara el rol que habría de cumplir, de ser Madre y Virgen al mismo tiempo.
El culto a la Madre del Señor empezó a desarrollarse libremente después del III Concilio Ecuménico de Éfeso (431), en el cual fue condenada la herejía de Nestorio y se formuló la esencia de la doctrina mariana ortodoxa, al reconocerse el rol de la Santísima Virgen María en la realización del plan divino de salvación, con la encarnación del Hijo de Dios. Preparándola para concebir al Hijo, el Espíritu Santo hizo de la Madre del Señor un santuario de Dios. A esa santificación se une su virginidad perpetua, proclamada en el V Concilio Ecuménico, de Constantinopla (553).
La encarnación del Hijo de Dios en la Virgen María fue revelada mucho antes, ya desde el profeta Isaías, quien dice: “He aquí que la virgen encinta dará a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Emanuel” (7, 14). Y, “Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer [...] para que redimiese a los que estaban bajo la ley”, como dice el Santo Apóstol Pablo (Gálatas 4, 4-7).
Sin embargo, Aquel cuyo linaje “se remonta al pasado, a un tiempo inmemorial” (Miqueas 5, 1-2), no se habría podido encarnar ni nacer, sin antes consultar la voluntad de la Madre del Señor, aunque ella ya había sido elegida para dar a luz al “Hijo del Altísimo” (Lucas 1, 32). En el plan de salvación de Dios, era necesario que la Madre del Señor aceptara el rol que habría de cumplir, de ser Madre y Virgen al mismo tiempo. Ella representa a la nueva Eva, tal como Adán fue “imagen de Aquel que habría de venir” (Romanos 5, 14).
El plan de salvación de Dios habría de cumplirse en función de la aceptación de la Madre del Señor. Su duda —“¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lucas 1, 34)— se transformó en aquella conocidísima declaración: “¡He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra!” (Lucas 1, 36). La estrella que describió Balaam, “Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella” (Números 24,17), es Aquel que nació de la Virgen María y levantó el “velo” del Antiguo Testamento (II Corintios 3, 14).
(Traducido de: Calinic Botoșăneanul, Episcop-Vicar al Arhiepiscopiei Iașilor, Maica Domnului în lumina Sfintei Scripturi și a Sfintei Tradiții – O sinteză pentru omul grăbit, Editura Pars Pro Toto, Iași, 2014, pp. 39-40)