Palabras de espiritualidad

El sacerdote debe estar preparado para luchar con toda clase de enemigos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Si el sacerdote quiere vencer, pero no conoce todas las formas de combatir, el demonio sabrá cómo dispersar sus ovejas,

Aquel que está llamado a luchar contra todos esos enemigos, debe conocer la forma de combatir de cada uno de ellos. Para esto, debe saber utilizar el arco y el tirachinas; debe ser, al mismo tiempo, capitán, soldado raso, general y jinete; debe saber combatir en el mar y con parapetos. En los combates masivos, cada soldado lucha con el arma que porta, y con esta ataca y se defiende de los enemigos; en la lucha del sacerdote, sin embargo, las cosas son distintas. Si quiere vencer, pero no conoce todas las formas de combatir, el demonio sabrá cómo dispersar sus ovejas, porque introducirá en el seno de la Iglesia a sus maleantes, justo por esa parte que el sacerdote no supo custodiar. Por supuesto, nada de esto ocurre cuando el maligno siente que el pastor de almas conoce bien todas sus tácticas y artimañas.

Por eso, el sacerdote debe saber cómo luchar en todas partes. Una fortaleza, si tiene muros poderosos, termina disuadiendo a quienes la asedian, precisamente porque está bien construida. Pero, si en uno de sus muros se abre una grieta, aún del tamaño de una pequeña ventana, el resto de paredes resultará ya inútil, aunque siga en pie. Lo mismo pasa con la fortaleza de Dios. Cuando la sabiduría, el conocimiento y la destreza del pastor espiritual la rodean por todas partes, como poderosos muros, todos los artificios de los enemigos quedan avergonzados y burlados, y los habitantes de la fortaleza permanecen indemnes. Pero, si el enemigo consigue derribar una parte de alguno de los muros, aunque no conquiste por completo la fortaleza, con esa parte afectada estará dañando, por decirlo así, todo el resto de la estructura.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Despre Preoţie, Editura IBMBOR, Bucureşti, 2007, p. 140)