El sacrificio de los santos
Los santos anónimos le pidieron a Dios insistentemente que permanecieran para siempre desconocidos, para que nadie los elogiara, y para que pudieran seguir ayudándonos “a escondidas”.
¿Cómo podríamos saber si muchas de las aparentes debilidades de los santos no eran fingidas, sólo para ocultar su santidad? Porque, si los santos hubieran vendido su santidad, se habrían quedado sin ella y, obviamente, habrían dejado de ser santos.
Por eso, dediquémosles una gran devoción. Honremos incluso a esos santos desconocidos, porque también ellos nos ayudan silenciosamente con su mediación y con el silente ejemplo de su gran humildad. Ellos le pidieron a Dios insistentemente —así me dice mi mente— que permanecieran para siempre desconocidos, anónimos, para que nadie los elogiara, y para que pudieran seguir ayudándonos “a escondidas”.
Cada uno de los santos se sacrificó a su manera, y hoy cada uno nos ayuda a su manera, hablándole a cada alma en el idioma que conoce y que talvez entiende, para serle de provecho.
Todos los santos se esforzaron y se sacrificaron por amor a Dios. Los santos mártires derramaron su sangre. Los venerables padres derramaron sudor y lágrimas, practicaron distintas experiencias espirituales consigo mismos como si fueran botánicos, se ofrendaron a sí mismos por amor a Dios y nos legaron sus recetas espirituales, para que con ellas pudiéramos prevenir el mal o sanar nuestras enfermedades espirituales y así recobrar nuestra salud; además, para que los imitáramos en su sacrificio e incluso alcanzar la santidad que ellos conocieron, si la grandeza de nuestra alma nos lo permite.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, pp. 142-143)