El sentido de la comunión, del estar frente a frente, de la relación de persona a persona
Nuestro deber como cristianos es precisamente la confirmación de los valores supremos de la comunión directa, del encuentro legítimo de persona a persona, y no de máquina a máquina.
Vivimos en una sociedad cada vez más fría y cada vez más marcada por la soledad.
Por eso, en nuestra calidad de cristianos, estamos llamados a reafirmar el sentido de la comunión personal. Debemos oponernos al dominio de la maquinización.
Un día, cierta persona asistió a una consulta con un psiquiatra. Éste le dijo al paciente,
“—Perdóneme usted, pero me concentro mejor si no le veo directamente al rostro. Acuéstese sobre el diván, que yo voy a estar detrás de esta cortina”.
Y así fue como procedieron: dicha persona se tendió sobre el pequeño canapé, mientras que el doctor se dirigía a su discreto escondite. Entonces, el paciente comenzó a relatar sus problemas. Sin embargo, luego de unos minutos, notando con extrañeza que detrás de la cortina había demasiado silencio, comenzó a sospechar. Se levantó y de puntillas se acercó al lugar en donde supuestamente se hallaba el psiquiatra. Cuando corrió aquella cortina, sus sospechas se confirmaron. Allí había, ciertamente, una silla, pero sobre ella tan sólo se encontraba una grabadora, registrándolo todo en una cinta. El psiquiatra había desaparecido, seguramente a través de una puerta situada justo detrás de la silla.
Ante tal escenario, el paciente no se preocupó demasiado, aún sabiendo que gran parte de su vida estaba registrada en ese cassette. Era consciente que, de todas formas, había consultado antes a muchos otros psiquiatras, quienes conocían su entera historia de vida. Entonces, dirigiéndose de nuevo al diván, tomó su maletín y extrajo... otra grabadora. Introdujo en ella la cinta que había grabado el magnetófono del psiquiatra, puso el aparato sobre el diván, lo encendió y salió de la clínica, dirigiéndose tranquilamente a tomar una taza de café en un restaurante ubicado a pocos metros del consultorio. Allí encontró ¡oh, sorpresa! al psiquiatra, bebiendo algo, como si nada. Serenamente, se le acercó y se sentó en la misma mesa.
“—¡Pero...! —protestó el profesional, al ver a su paciente— ¿Qué está haciendo Usted aquí? ¿No tendría que estar Usted en el diván hablando sobre su vida?”
“—No se preocupe —le respondió aquel— mi grabadora está ya hablando con la suya”.
Luego, nuestro deber como cristianos es precisamente la confirmación de los valores supremos de la comunión directa, del encuentro legítimo de persona a persona, y no de máquina a máquina. Frente a frente.
(Traducido de: Episcop Kallistos Ware, Împărăţia lăuntrică, Editura Christiana, 1996, p. 42)