El sentido de vivir en este mundo
Junto con las incontables preocupaciones de nuestra vida terrenal, no debemos olvidar que tenemos también ojos en nuestro interior, los ojos del alma, y evitar que las pasiones los ensombrezcan u oscurezcan.
El hombre no fue creado por Dios solo para este mundo terrenal. Al contrario, este mundo es para nosotros únicamente un campo de batalla, un coliseo donde son puestas a prueba nuestras fuerzas espirituales y físicas, y donde el cristiano —haciendo el bien e irradiando luz a su alrededor— intenta salir vencedor para merecer el premio, es decir, la felicidad de la vida eterna. Para poder desenvolvernos en este mundo, fuimos dotados también con los ojos del cuerpo, para que podamos ver por dónde vamos, para informarnos y conocer las realidades de aquí, y también para gozar de una forma inocua de las cosas buenas y hermosas que nos rodean. Nada más. Estos ojos físicos nos fueron dados para que los mantengamos permanentemente en relación con los luminosos ojos de nuestra alma, por medio de los cuales podemos entender el verdadero propósito de la existencia, y así conocer al Mismo Soberano de la vida, Quien dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Por eso, junto con las incontables preocupaciones de nuestra vida terrenal, no debemos olvidar que tenemos también ojos en nuestro interior, los ojos del alma, y evitar que las pasiones los ensombrezcan u oscurezcan, sino intentar mantenerlos siempre puros y luminosos, como los ojos de un bebé o incluso los de los ángeles. Y si decimos de algunas cosas o personas que las queremos “como a la luz de nuestros ojos”, más debemos querer la luz nuestra alma, esa parte de nosotros que le da sentido y esencia a la naturaleza humana.
(Traducido de: Arhimandritul Sofian Boghiu, Smerenia și dragostea, însușirile trăirii ortodoxe, Editura Tradiția Românescă, București, 2002)