El sentimiento de inefable felicidad que nos dan los dones del Señor
Dios no quiere que en nuestro corazón haya pasiones terrenales, sino que quiere estar solo Él. Y si logramos hacer esto realidad, fácilmente podremos practicar la “Oración del corazón”.
Puedes repetir la “Oración de Jesús” cuando se hacen las lecturas en la Iglesia, eso sí, si tienes un estado espiritual más elevado. Y si no lo tienes, lo mejor es que sigas con atención los cánticos y las lecturas que se hacen durante los oficios litúrgicos. Lo mismo es válido para la Divina Liturgia propiamente dicha. Muchas veces, el hombre siente que entra en un estado inefable, cuando escucha y vive aquellas palabras: “¡Con temor de Dios, con fe y con amor, acercaos!”. Es entonces cuando se pregunta a sí mismo: “¿A dónde voy? ¡A recibir a Dios!”. Cuando eres consciente de esto, te llenas de alegría. Y no tienes más que acercarte a la Santa Comunión con lágrimas en los ojos, con lágrimas de gozo. Y si lo que brotan de tus ojos son lágrimas de tristeza, di: “Dios mío, te pido que perdones mis faltas. ¡Confío en Tu misericordia, Tu piedad, Tu amor! Tú Mismo nos dijiste que eres un Dios amante de la humanidad, paciente y misericordioso (Éxodo 34, 6). Tú pronunciaste esas palabras. Pensando en ellas, me presento ante Ti con mi indignidad”.
Muchos de los padres de la región de Katunakia, cuando venían a la Divina Liturgia a comulgar, no pronunciaban palabra alguna, pero veías verdaderos ríos de lágrimas rodando sobre sus mejillas. Cada uno de esos ancianos permanecía en silencio durante toda la Liturgia, con la cabeza inclinada. Y cuando venía a comulgar, o entraba como en un estado de éxtasis, o alcanzaba la más profunda comprensión de la piedad divina. Porque Dios nos dio el Bautismo cual don, cual don nos dio Su Cuerpo y Su Sangre, y como un don nos dio también el Paraíso. Dios quiere de nosotros un corazón puro, quiere que lo busquemos solamente a Él. Dios no quiere que en nuestro corazón haya pasiones terrenales, sino que quiere estar solo Él. Y si logramos hacer esto realidad, fácilmente podremos practicar la “Oración del corazón”.
(Traducido de: Ieromonahul Iosif Agioritul, Starețul Efrem Katunakiotul, traducere de Ieroschim. Ștefan Nuțescu, Schitul Lacu-Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, București, 2004, pp. 217-218)