El signo del cristiano virtuoso
Si queremos llevar una vida espiritual correcta y alcanzar la salvación, es imperioso que practiquemos esa virtud que sin demoras puede llevarnos a vencer.
La paciencia debe abarcar todo lo que la Providencia Divina nos envía en nuestra vida espiritual. Con la paciencia, el hombre se hace un buen combatiente, un asceta, y a menudo obtiene muchas más victorias espirituales que otros, con su esfuerzo voluntario. Job se ofrendó voluntariamente cuando vivía al lado de sus hijos; nunca dejó de pedirle a Dios, día tras día, por ellos, para que Su juicio fuera indulgente y les perdonara cada una de sus faltas involuntarias.
Además, Job solía practicar desinteresadamente el bien, de manera que los huérfanos lo veían como un padre y las viudas lo consideraban un protector. Siempre honró a Dios cuando el bienestar reinó en su hogar y, con esto, se hizo agradable a su Creador. Pero después devino en un asceta involuntario, cuando, por causa de las pruebas que Dios empezó a enviarle, perdió todo lo que tenía: sus graneros, sus propiedades, su ganado, sus sirvientes, sus hijos… incluso su propia salud. Y, con todo, jamás se lamentó, sino que incluso pronunció estas palabras perpetuas: “Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá volveré. El Señor me lo dio, el Señor me lo ha quitado, ¡que Su Nombre sea bendito!” (Job 1, 21).
El sacrificio voluntario reveló a Job como un hombre devoto, pero su sacrificio involuntario y perseverante, al soportar todo el dolor que vino a azotarle, hizo que su nombre se volviera eterno y su virtud fuera enaltecida en el mundo entero. Así, si queremos llevar una vida espiritual correcta y alcanzar la salvación, es imperioso que practiquemos esa virtud que sin demoras puede llevarnos a vencer: la paciencia.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, p. 30)