Palabras de espiritualidad

El susurro de la tentación

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

En mí, en todo mi ser, pervive la corrupción del pecado, que alienta y ayuda al pecado que me ataca desde fuera.

“¡Deléitate!”, susurra él, despacio y lisonjero, “¿Por qué habría de ser prohibido divertirte? ¡Tú deléitate! ¿Cuál es el pecado?”, y así me incita (el maligno) a que vulnere los mandamientos mi Santísimo Señor. No tendría que prestarle atención, porque se que es un malhechor, un asesino. ¡Pero no sé qué extraña debilidad, la de mi voluntad, me termina venciendo! Y no aparto mis oídos de las palabras del pecado y mis ojos corren a buscar el fruto prohibido.

Y si el fruto prohibido no se presenta ante mis ojos, éste inesperadamente aparece en mi imaginación, con colores vivos, pintados como por una mano de hechicero. Y los sentidos de mi corazón se ven atraídos hacia esa tentadora figuración, que se asemeja a una meretriz. Su aspecto es atractivo, su mismo aliento exhala la tentación, y viene vestida con ropajes preciosos, brillantes, en los que cuidadosamente oculta su acción mortal.

El pecado busca sacrificio de parte del corazón, cuando no puede tomar el cuerpo como ofrenda, debido a que le falta el objeto de dicha pasión. El pecado obra en mí por medio de mis pensamientos pecaminosos, mis sentidos pecaminosos del corazón y del cuerpo, y por medio de figuraciones. ¿Qué puedo aprender de este auto-análisis? Que en mí, en todo mi ser, pervive la corrupción del pecado, que alienta y ayuda al pecado que me ataca desde fuera. El hombre (en su condición de pecado) es como un recluso amarrado por unas gruesas cadenas: cualquiera puede venir y arrastrarle a donde quiera, ya que el prisionero, estando atado, no tendrá cómo defenderse.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, Editura Mănăstirea Piatra-Scrisă, pp. 113-114)