El televisor
“¡Pan y circo!”, gritaban los antiguos romanos; hoy en día, el televisor es eso que trae a nuestros hogares horas enteras de distracción gratuita.
El espíritu maligno y astuto dijo: “De todas las artes, la más importante para ustedes debe ser la cinematografía”. Estas palabras fueron pronunciadas cuando el televisor todavía no existía. Sin embargo, con los años, este aparato se volvió más importante que el mismo cine. “¡Pan y circo!”, gritaban los antiguos romanos; hoy en día, el televisor es eso que trae a nuestros hogares horas enteras de distracción gratuita. Y es algo muy atractivo, porque no le exige mucho esfuerzo a nuestro cerebro, mientras lo llena con toda clase de imágenes. Igualmente, provoca una creciente sed de más y nuevas impresiones, arrancando “las raíces de la concentración interior”. Recordemos las palabras de René Descartes: “La mente de un curioso ávido está más enferma que el cuerpo de uno que sufre de hidropesía”. Y el dueño de este mundo necesita mucho de dicha enfermedad.
No hace mucho tiempo, las ancianas solían asistir con asiduidad a la iglesia. Actualmente, se pasan el día entero frente al televisor. Les provoca pavor perderse su serie favorita. Hay alguna que se lamenta: “Se me descompuso el televisor. ¡No sé qué hacer...! El técnico dice que no puede venir antes del fin de semana...”. O puede ocurrir esta otra situación: una joven empieza a acercarse a Dios, y al poco tiempo es bautizada. Ahora se pasa el tiempo leyendo libros religiosos y orando. Sin embargo, su madre, que no es creyente, gestiona un préstamo en un banco para comprar un televisor nuevo, convencida de que sólo así logrará que su hija deje de orar y meditar.
¿Cuál es el valor supremo del televisor? Todas esas “distracciones” que no requieren de una concentración máxima del cerebro sobre los problemas de la vida y su fundamento espiritual, así como sobre el sentido de todo lo que ocurre alrededor. El televisor no sólo aliena al hombre de sí mismo, sino que también le aparta de Dios. En la agitación de este mundo, que el televisor proyecta incesantemente en nuestros hogares, la conciencia prefiere permanecer en su apatía. Para despertarla, el hombre debe volverse a su “celda” interior.. N. K. Krupskaya veía en la cinematografía y el radio “el arma más eficiente para apartar al hombre de la iglesia y de la religión”. ¡El televisor ha demostrado ser una de las armas más fuertes del mundo!
El escritor Boris Victorovich Sherguin considera que: «Hay corazones muy simples, que sienten solamente el deseo de dormir, comer, beber algo, y nada más. Esos “corazones simples” no se sienten atraídos ni siquiera por las películas, porque no le ofrecen nada. Por otra parte, hay personas, llamadas “cabezas secas”, que buscan siempre la forma de llenar ese vacío innato. El cosquilleo superficial del cerebro en lugares públicos, como en las salas de cine, no les satisface. El público más civilizado, usualmente llamado “los intelectuales”, siente la necesidad de asistir a obras de teatro, o conferencias sobre temas científicos, Esta categoría de personas se interesa seriamente, pero sin hacer selección alguna, por la literatura y la poesía. Cualquier mercancía de dudosa calidad es engullida vorazmente por ese “público culto”, que no hace más que vivir para tales novedades. Todas esas personas, sin excepción, tienen corazones y mentes secas. Sin embargo, deben llenarlas necesariamente con algo, con algún libro, revista, película... o con un cigarrillo. Porque, en caso contario, les inunda un aburrimiento absoluto».
El parpadeo incesante de la pantalla del televisor no es capaz de extinguir la luz interior de la vida intelectual y espiritual. No obstante, sí que cultiva, desde la infancia, el apetito por ese cosquilleo superficial de los nervios visuales y auditivos.
(Traducido de: Pr. Prof. Gleb Caleda, Biserica de acasă, Editura Sofia, Bucuresti 2006, p.180-182)