El valor de la obediencia. Un relato ejemplar
“Este monje viene por Dios, para escuchar un consejo y ponerlo en práctica. Es muy tenaz y, sin importar lo que le ordene, él va y lo hace con entusiasmo y fervor. Por esta razón, también yo le transmito la palabra de Dios”.
El anciano Abraham fue a visitar al abbá Ari. Después de saludarse, se sentaron a conversar. Entonces, vino también otro monje y le preguntó al abbá Ari: “Dígame, padre, ¿qué debo hacer para salvarme?”. Y este le respondió: “Vuelve a tu celda y, durante un año, comerás solamente una hogaza de pan con sal por la noche. Cuando haya pasado ese tiempo, regresa aquí y te diré cómo salvarte”. Haciendo una inclinación, el monje le agradeció al anciano y se fue. Un año después, el monje volvió a visitar al abbá Ari, quien nuevamente se hallaba en compañía del abbá Abraham. Con todo respeto, el monje le hizo la misma pregunta al abbá Ari, quien le respondió: “Vuelve a tu celda y a tu ayuno. Pero ahora comerás una vez cada dos días”. Cuando el monje se marchó, el abbá Abraham le dijo al abbá Ari: “¿Por qué a la mayoría de hermanos les das un canon más leve, en tanto que a este le has prescrito algo tan severo?”. Y el anciano le respondió: “La mayoría de monjes, como vienen, se van. Pero este viene por Dios, para escuchar un consejo y ponerlo en práctica. Es muy tenaz y, sin importar lo que le ordene, él va y lo hace con entusiasmo y fervor. Por esta razón, también yo le transmito la palabra de Dios”.
(Traducido de: Patericul, ediția a IV-a rev., Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, p. 38)