Palabras de espiritualidad

El villancico: el Evangelio arropado en pañales de Niño

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¡Con cuánta delicadeza viene al hombre! ¡Cómo se humilla ante nosotros, como si nos necesitara! ¡Cuánto confianza tiene en que el amor vencerá, entregándose, así, en nuestras manos! ... Aunque lo crucifiquemos.

¿Por qué los villancicos llegan directamente a nuestro corazón? Porque no son otra cosa que el Evangelio arropado en pañales de Niño. La textura del pañal está representada por los versos del villancico (“Un pequeñito, arropadito / en pañal de algodocito). La acción de “arropar” es la línea melódica, todo el tiempo delicada y tierna, aún cuando el ritmo es más alegre. Su mensaje es el de la venida del Mesías al mundo, el de la cercanía del Reino de los Cielos. El villancico hace, de esta manera, que la Buena Nueva de la Encarnación del Hijo de Dios sea más fácilmente recibida por cualquier corazón en el que aún haya un poco de sensibilidad. Quien es insensible al villancico —al auténtico villancico, no a ese otro deformado por motivos comerciales—, es que también es insensible a la presencia de un niño recién nacido. ¿Pero cuántos de nosotros no nos quedamos indiferentes cuando vemos un pequeño bebé, frágil e indefenso? Para que podamos entender cómo vino Dios a este mundo, observemos, una y otra vez, a cualquier bebé, y preguntemos: Señor, Dios Vivo, ¿cómo fue que Tú, “que estás sentado sobre los querubines (II Reyes 19, 15), que, “arropado de luz, como de un manto despliegas los cielos lo mismo que una tienda” (Salmos 104, 2-3), decidiste venir a nosotros de una forma tan humilde?

En el oficio de la bendición del agua (la “aghiasma menor”) decimos que el Señor vino “en forma de siervo, sin atemorizarnos con figuraciones”. Si Dios hubiera venido al mundo en el poder de Su gloria, nadie podría haberle recibido. Porque Dios le dijo a Moisés: “Nadie puede verme y quedar con vida (Éxodo 33, 20). En verdad, Dios habría atemorizado a cualquiera que se encontrara frente a frente con Él. Pero Dios no quiere ni impresionarnos, ni someternos con el miedo, ni abrumarnos con Su poder. Asumió nuestra condición y se entregó en nuestras manos como si hubiera sido la más desamparada de las criaturas del mundo. Su Mamá, María, y Su padre adoptivo, el justo José, debieron huir a Egipto para protegerlo de quienes querían matarle. Tampoco entonces utilizó Su poder divino, ni en otras situaciones, hasta que vio el momento de mostrarse al mundo como el Hijo de Dios.

Y, después de haber realizado muchos y extraordinarios milagros, en Sus tres años de predicación en este mundo, Cristo murió tal como había venido: como un desamparado. El Santo Apóstol Pablo sintetiza esta similitud entre Su humilde Natividad y Su voluntaria Crucificción, así: “Se despojó de Sí Mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y, en Su condición de hombre, se humilló a Sí Mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz (Filipenses 2, 7-8). ¡Qué Dios tenemos! ¡Con cuánta delicadeza viene al hombre! ¡Cómo se humilla ante nosotros, como si nos necesitara! ¡Cuánto confianza tiene en que el amor vencerá, entregándose, así, en nuestras manos! ... Aunque lo crucifiquemos.

La predicación del Evangelio no empezó con: “¡Arrepentíos, que el Reino de los Cielos está cerca!” (Mateo 4, 17). Comenzó con la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Virgen María. Y siguió con aquellas palabras del ángel del Señor a los pastores de Belén: “No tengáis miedo, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. En la ciudad de David hoy os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales acostado en un pesebre (Lucas 2, 10-12). Entonces, Dios se presenta ante nuestros ojos como un bebé. Como un siervo, nos lava los pies cansados y llenos de polvo. Como un Cordero, se nos entrega para que lo sacrifiquemos y para que nos alimentemos con Su Cuerpo y Sangre. Como uno que canta villancicos, Cristo no deja de recorrer nuestro corazón, a lo largo y ancho de este. Cada año. Momento a momento. Aleluya.