Palabras de espiritualidad

El vínculo entre Cristo, los santos y nosotros mismos

    • Foto: Ioana Stoian

      Foto: Ioana Stoian

Cuando Cristo se nos revele, nos dará a gustar de esa inefable dulzura divina. ¿Cómo? De la siguiente manera...

Cuando el cristiano guarda con tesón los mandamientos de Cristo, se hace amar por el Dios Todopoderoso y por nuestro Señor Jesucristo. Así, Cristo se le revela, porque dice: “Aquel que, conociendo Mis mandamientos, los respeta, será amado por Mi Padre y Yo también le amaré, y me revelaré ante él”. Así, Cristo, como bien sabemos, es dulzura indescriptible para nuestras almas.

Entonces, cuando Cristo se nos revele, nos dará a gustar de esa inefable dulzura divina. ¿Cómo? De la siguiente manera:

Tal como cuando acercas a tu nariz la aromática y más pura mirra, deleitándote con ese perfume, del mismo modo, al mostrársenos Cristo (de una forma misteriosa, en cuerpo y alma), comulgaremos de Su Gracia y Su Gozo. Y, otra vez, quienes han sido ungidos con mirra y han gustado, han comulgado y han participado de la Gracia de Cristo, quienes han sido ungidos con el “aceite del regocijo” por parte de Cristo, esos nos comparten también la paz de la Gracia divina, que sin cesar reciben de Cristo, como cuando tocas con tu mano o con cualquier cosa la mirra, adquiriendo ese mismo aroma y agradando a quienes sienten su fragancia.

Sin embargo, otro aroma nos otorga la misma mirra (es decir, otra Gracia otorga a nuestras almas el mismo Cristo) y otro aroma nos regala eso que hemos rozado con la mirra. Es decir, otra Gracia dan a nuestra alma los santos de Cristo, quienes recibieron ese don de Él mismo, y fueron ungidos en su hombre interior con el aceite del regocijo. Esto (es decir, el hecho de que los santos que reciben el don de Cristo, lo comparten de forma prodigiosa a quienes les veneran con devoción), es señal de la santidad de quienes que siguieron el camino correcto del Señor, signo de la buena fragancia y de la Gracia espiritual con la que Cristo les honra entre los hombres. Porque, viendo alguien las santas reliquias y los cuerpos de los santos emanando esa agradable fragancia, sin haber sido ungidos con ninguna clase de mirra, y otorgando al alma tanto don y alegría, de forma que esta no puede sino admirarse, ¿qué otra cosa nos se revela, con esto, sino la cercanía y la comunión que los santos tienen con Cristo, Soberano de la inefable fragancia y de la Gracia que no se agota?

Hemos visto, pues, cómo aquellos cuyas santas reliquias irradian ese aroma, están cerca de Cristo, son Sus amigos, participan de Su gozo y del deleite espiritual del Señor.

(Traducido de: Isihast anonim, Vedere duhovnicească, Editura Bizantină, p. 227)