Elegir siempre el camino del amor
¡Cuál no sería su sorpresa, al ver a su amigo, el que se había quedado cuidando a los enfermos, de pie y sonriendo, frente al altar!
Dos cristianos decidieron ir a Jerusalén. En esa época no existían los aviones, así que el viaje lo tenían que hacer en barco, en condiciones no precisamente sencillas.
Después de desembarcar, y estando ya cerca de su destino, detuvieron un poco su camino y buscaron alojamiento en una casa. Pero, al entrar, vieron que toda la gente que vivía ahí estaba muy enferma. Conmovidos, los dos amigos decidieron quedarse para ayudar a esas pobres personas. Un par de día después, uno de ellos:
—Perdóname, hermano, pero no puedo ir contigo a Jerusalén. ¡No puedo abandonar a estos enfermos!
—¿Qué estás diciendo? ¿Pero no era ese el motivo de este viaje? ¿En dónde queda lo que ambos decidimos?
Molesto, tomó sus cosas y se fue. Al llegar a Jerusalén, se encontró con que todo ahí era una gran aglomeración, porque se estaba celebrando la festividad de la Resurrección del Señor. Como pudo, entró a la iglesia y se fue abriendo paso hasta llegar lo más adelante posible. ¡Cuál no sería su sorpresa, al ver a su amigo, el que se había quedado cuidando a los enfermos, de pie y sonriendo, frente al altar!
¡Entre dos buenas obras, elige siempre la más grande! El que eligió cuidar a los enfermos se situó en la posición más importante que dicen las Escrituras: el Amor.
(Traducido de: Arhimandritul Arsenie Papacioc, Despre armonia căsniciei, Editura Elena, Constanța, 2013, pp. 19-20)v