Eligiendo entre la vida monástica y la vida de familia
La misión de la familia es una, la del monje, otra.
El matrimonio es el camino natural de la vida. Sabemos que en los inicios del mundo hubo ya una pareja, hombre y mujer: nuestros antepasados Adán y Eva. Ellos recibieron este mandamento de Dios, crecer y multiplicarse. La familia es, entonces, la base de la sociedad humana y fuente de vida. Por medio de esta fórmula de vida, el matrimonio, el hombre deviene en creador, hombre y mujer multiplicando el género humano. Es un llamado general, a toda la humanidad, a través de esta forma de vida.
La vida monástica es un consejo evangélico y quien siente ese llamado adopta esa forma de vida. Quien es llamado, exhortado desde su mismo ser, viene a la vida monacal. Por eso, hay una gran diferencia entre una y otra forma de vida. La misión de la familia es una, la del monje, otra.
La vida de familia, con sus trajines y sus problemas diarios, a veces mira sólo hacia abajo u horizontalmente, porque no le queda tiempo para ver hacia arriba... El que viene al monasterio, pensando en dedicar su vida a Dios, puede también iluminar la mente y la voluntad de los hombres del mundo, diciéndoles que hay una vida eterna más allá de nuestra existencia en este mundo. Les puede ayudar a pensar más allá del sepulcro, más allá del plano horizontal, cosa que solemos olvidar. Nos esforzamos y trabajamos desde el amanecer para ganarnos el pan diario y un lugar decente para vivir, pero olvidamos que en algún momento tendremos que rendir cuentas de toda palabra inútil que hayamos pronunciado, como nos lo dijera nuestro Señor Jesucristo.
(Traducido de: Ne vorbeşte Părintele Sofian Boghiu, Editura Vânători, Mănăstirea Sihăstria, 2004, p. 66)