Elogio de la Divina Liturgia
El lugar en donde se celebra la Divina Liturgia es la antesala del Santo Reino de los Cielos.
La Liturgia es un inestimable don para los hombres: por medio suyo conocemos aquel Misterio, oculto por siglos, de la crucifixión del amor de Dios; en ella vivimos de forma activa la imagen de la Resurreción; por medio suyo ascendemos al monte de la Transfiguración; ella calma la sed de nuestro espíritu con otra agua, una de vida eterna (Juan 4, 14). Los que comieron del maná en el desierto, murieron; pero, quienes comen del pan que baja de los cielos, vivirán por siempre (Juan 6, 58). Los siervos de la Nueva Alianza, sellada con la Sangre de Cristo, son despojados del antiguo manto (II Corintios 3, 12-18), y con el rostro descubierto presentan sus plegarias ante la Faz del Padre. El lugar en donde se celebra la Divina Liturgia es la antesala del Santo Reino de los Cielos. Este oficio se nos presenta como una fuente de inmaculada dulzura. El oficiante del Misterio de la Liturgia se presenta directamente ante el Hijo de Dios, Quien es “la plenitud de la Ley y los Profetas”, como dice San Juan Crisóstomo, por la cual se nos conceden las “palabras de vida eterna” (Juan 6, 68; 17, 8)
El encuentro cercano con el Hijo Unigénito del Padre no está exento de dolor para quienes se han corrompido por el pecado; nos estremece profundamente y luego nos hace renacer, pero libres de pecado, participándonos la universalidad Divino-humana de Cristo, llevando la imagen de Dios en nosotros a la perfección.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Vom vedea pe Dumnezeu precum este, Editura Sophia, București, 2005, p. 336)