Toda buena acción comienza con el temor de Dios y se termina en el amor a Dios, que es el vínculo de la perfección y el nivel más alto de todas las virtudes, porque el amor es más grande que todo lo demás. Pero, para que alguien llegue al amor de Dios, primero tiene que experimentar el temor de Dios. Porque a partir de este surge toda virtud: del temor del hombre por su Señor.

El temor del Dios nos ayuda a obtener la pureza y la santidad, según la enseñanza del Santo Apóstol Pablo, quien dice: “Ya que tenemos estas promesas, purifiquémonos de todo lo que mancha el cuerpo o el espíritu, perfeccionando nuestra consagración en el temor de Dios” (II Corintios 7, 1). Dichoso de aquel que le teme a Dios, porque en verdad es un hombre juicioso, y por eso tendrá felicidad en esta vida y en la eternidad.

(Traducido de: Arhimandritul Cleopa Ilie, Îndrumări duhovnicești pentru vremelnicie și veșnicie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2004, p. 104)