En el amor verdadero moran la igualdad y la libertad
La dulzura del Espíritu Santo hace que renazca el hombre entero, enseñándole a amar perfectamente a Dios.
Muchas personas desconocen el camino a la salvación. Por tal razón, deambulan en la oscuridad y no ven la Luz de la Verdad. Pero Él fue, es y será, y a todos nos llama con amor: “Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados; conocedme y Yo os daré descanso y libertad”. Esta es la verdadera libertad: estar en Dios.
El Señor quiere que nos amemos los unos a los otros. En esto radica la libertad: en el amor a Dios y al prójimo. Aquí están la igualdad y la libertad. En los rangos terrenales no puede haber igualdad, pero esto no importa para el alma. No es posible que cada uno sea patriarca, higúmeno, o prelado; pero en cada rango es posible amar a Dios y hacerte agradable a Él. Esto es lo verdaderamente importante. Y quien ame más a Dios en este mundo, ese tendrá mucha más gloria en el Reino. El que ame mucho más, podrá lanzarse con más fuerza hacia Dios y permanecerá cerca de Él. Cada uno será enaltecido según la medida de su amor.
El amor de Dios es más poderoso que cualquier amor exterior, hacia el cual es atraído todo el mundo, a excepción de quien posee la Gracia de Dios en su plenitud. Y es que la dulzura del Espíritu Santo hace que renazca el hombre entero, enseñándole a amar perfectamente a Dios. Por la plenitud del amor divino, el alma permanece intacta para el mundo, aunque el hombre viva rodeado de otros, porque, por amor a Dios, se le olvida todo lo que el mundo podría ofrecerle. Nuestra desgracia radica en el hecho de que, debido al orgullo de nuestro corazón, no perseveramos en la Gracia y esta abandona nuestra alma. A partir de ese momento, nuestra alma parte en su búsqueda, llorando y suspirando.
(Traducido de: Sfântul Cuvios Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 126)