Palabras de espiritualidad

En el matrimonio, el amor es el elemento central y esencial

    • Foto: Benedict Both

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Viene Dios y bendice la unión de dos personas. Viene para unirlos para toda la vida. Para ayudarlos a vaciarse, a dejar atrás el egoísmo y el orgullo, y así aceptarse mutuamente, amarse, poniendo al otro en el primer lugar del corazón, venciendo el amor propio y el individualismo.

El hombre fue hecho “a imagen y semejanza”[1] de su Creador.

Ciertamente, Dios le dió un valor enorme al hombre al haberlo creado de acuerdo a Su imagen, es decir, dándole la posibilidad de participar en la vida de la Santísima Trinidad, comunicarse con Él y alabarlo, además de recibir la gracia vivificadora del Espíritu Santo, para obtener la luz que le permita entender el sentido de la vida y del mundo. Sólo el hombre, de entre todas las criaturas, al participar del mundo material y espiritual, tiene la ventaja de vivir una relación personal y libre con su Creador, vínculo que va más allá de esta vida transitoria, prolongándose a la eternidad. Por eso, el hombre no podría sentirse realizado tan sólo al satisfacer sus necesidades materiales y corporales, propias de su naturaleza, como sucede con los otros animales. Al contrario, él busca una relación personal de comunicación con Dios, en la obtención de la gracia del Espíritu Santo, de tal manera que su vida se convierte en una doxología permanente a Dios, para vivir el misterio de la salvación en esta vida y en la otra.

En este proceso, mientras nuestra vida deviene en una continua doxología a Dios, es normal que tenga lugar una de las funciones más elementales de la vida humana: la unión del hombre con la mujer.

Es conocido el hecho que Dios es amor [2] y Su imagen, el hombre, encuentra sentido a su vida sólo en el amor. Para que algo sea cierto en la vida del hombre, debe dar frutos de amor. También nuestra relación con Dios debe ser una de amor, en constante crecimiento. De la misma manera, nuestra relación con los demás debe ser una lucha para amarlos a todos. El amor caracteriza la vida humana y constituye la medida de su legitimidad. También en la relación matrimonial es imposible que el amor no sea el elemento central y esencial, Un amor pleno, que comprende la relación puramente física, pero sobrepasándola para cubrir los demás aspectos de la persona humana. Un amor que, como imagen del amor de Dios al hombre, no es presuntuoso ni tiene límites temporales, no busca la satisfacción egoísta y todo lo soporta, sin quejarse, sin enorgullecerse, sin ser interesado, sin pensar mal, sin morir [3]. Todo lo que Dios hizo, lo hizo bien. Especialmente el hombre, cuyo cuerpo y alma constituyen una unidad, de manera que en él todo es bueno y santo, no existiendo nada en su naturaleza que implique maldad o pecado. El hombre fue diseñado por la bondad de Dios para alabarlo y agradecerle, viviendo y participando del misterio del amor.

Por eso, en nuestra Iglesia, el amor es uno de los Sacramentos. Viene Dios y bendice la unión de dos personas. Viene para unirlos para toda la vida. Para ayudarlos a vaciarse, a dejar atrás el egoísmo y el orgullo, y así aceptarse mutuamente, amarse, poniendo al otro en el primer lugar del corazón, venciendo el amor propio y el individualismo.

El Santo Apóstol Pablo nos dice que este Sacramento tiene magnitud especial, por su semejanza con la relación entre Cristo y la Iglesia (Efesios 5, 32). La relación conyugal debe ser el resultado del amor y del sacrificio análogo al amor y al sacrificio de Cristo por la Iglesia. Así, por medio de este sacramento toma valor el misterio de la vida. Entonces, la personalidad humana progresa y madura, pasando por la cruz de la humildad y del amor. Además, puede empezar a gustar del suceso de la Resurrección, a través de su unión con los hombres y con Dios.

(Traducido de: Arhimandritul Tihon, Tărâmul celor vii, Sfânta Mănăstire Stavronichita, Sfântul Munte, 1995)

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[1] Génesis 1, 26.

[2] I Juan 4, 16.

[3] Cf. I Corintios 13, 4-8.