En ninguna religión y en ningún hombre la imagen de Dios ha sido destruida
En la Ortodoxia tengo la certidumbre de la salvación. En lo que respecta a los demás... no soy un juez, como para decidir su salvación. Solamente Dios decide.
«Uno de mis hijos espirituales, Andrei, que es un muchacho muy bien preparado, el año pasado estuvo impartiendo en la universidad, durante un semestre, la Historia de las Religiones. En septiembre partió a Moscú con un grupo, y en la Estación Norte del ferrocarril unos vagabundos lo atracaron y le robaron hasta lo que llevaba puesto. Con lo que le quedaba y lo que juntaron entre los demás, el grupo finalmente llegó a Moscú. Desde allí me llamó por teléfono y posteriormente me envió una carta ya desde China: “Padre, con el corazón en la mano, le cuento que he podido hablar con un sinfín de personas. Y no me esperaba que la gente, desde un punto de vista religioso, fuera tan retrógrada. No se trata de la Historia de las Religiones, sino de la Historia de las herejías. La imagen de Dios en el hombre no ha sido destruida: el don de Dios es indestructible. Pero la mente ya no es capaz de distinguir con claridad entre el bien y el mal. El corazón se pervierte, la voluntad se deibilita... pero aún no ha sido destruida. Entonces, en ninguna religión y en ningún hombre la imagen de Dios ha sido destruida”.
Pensemos en el Hijo Pródigo. Pensemos cómo, en un momento determinado, acongojado por el hambre y abandonado por todos sus “amigos” de diversiones, aquel hombre comenzó a espabilar. Aquí hay una esperanza universal. Lo profundo de nosotros no ha sido destruido en todos. Hay esperanza. Entonces, el muchacho se acordó de su padre y del pan que se servía en su mesa: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!” El arrepentimiento significa volver. ¿A dónde? Al Padre. En esta visión, en cada religión se ha conservado algo de la revelación primordial. Mircea Eliade dice que hay una tración original en la raíz de la humanidad, la de todas las religiones. Se ha alterado la verdad. El demonio prometió: “¡Seréis como dioses!”. Pero el demonio no puede hacer dioses, sino ídolos. Únicamente Dios puede deificar. Luego, ninguna caída es radical; sin embargo, en el caso del ortodoxo, él sabe que a nuestra santa Fe Ortodoxa no le falta nada, sino ser conocida, amada y vivida.
En la Ortodoxia tengo la certidumbre de la salvación. En lo que respecta a los demás... no soy un juez, como para decidir su salvación. Solamente Dios decide. Y el Señor dice: “En casa de Mi Padre hay muchas recámaras”. Yo sé que en la Ortodoxia tengo la plenitud de la fe y la verdad luminosa y pura que la reviste, además de la certeza de la salvación. Y no juzgo a nadie, porque no soy yo quien decide si los otros se salvarán o no. Yo conozco los límites de la Iglesia, pero no puedo ponerle límites a la Gracia de Dios y a la salvación».
(Traducido de: Pr. Constantin Galeriu, Cruce şi Înviere în credinţa şi viaţa ortodoxă - Conferinţele ASCOR Iaşi, Editura Doxologia, Iaşi, 2013, p. 66-67)