Palabras de espiritualidad

¡En ti veo a Cristo, hermano mío!

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El verdadero cristiano ve en su prójimo el rostro mismo de Cristo. El Señor dijo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos Míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40).

Cuando alguien tiene cómo dar y ayuda a los demás, no siempre se puede saber si lo hace por amor, porque puede que dé no por amor, sino simplemente para deshacerse de algunas cosas. Pero cuando alguien no tiene y aun así da, entonces se ve claramente su amor. Imaginemos que yo pienso que tengo amor, y Dios, para probar ese amor, me envía un pobre. Si, por ejemplo, tengo dos relojes —uno bueno y otro que no funciona— y le doy al pobre el que no sirve, eso muestra que mi amor es de segunda categoría. Si tengo un amor verdadero, le daré el mejor. Pero entonces aparece esa lógica retorcida que dice: “¿Cómo voy a darle el bueno? Si para él, que no tiene ninguno, también el viejo le sirve”. Y terminamos dándole el viejo. Sin embargo, cuando das el viejo, es señal de que el “hombre viejo” todavía vive dentro de ti. Si das el nuevo, eres ya un hombre renacido. Y si te quedas con los dos y no das ninguno, estás viviendo en un estado propio del infierno.

—¿Y cómo se puede salir de ese estado, padre?

—Pensando así: “Si fuera el mismo Cristo, ¿cuál le daría?”. Seguramente, el mejor. Esta es la manera más adecuada para entender qué es el amor verdadero. Entonces tomarás una decisión firme, y la próxima vez darás el mejor. Al principio puede costar, pero si te esfuerzas, llegarás a ese punto en el que darás tanto el reloj nuevo como el viejo, solamente para ayudar al otro, quedándote sin ninguno, pero teniendo a Cristo dentro de ti. Y entonces escucharás el dulce latido de tu corazón, que saltará de alegría divina. Si alguien te quita el manto, y tú además le das la túnica (Lucas 6,2 9), Cristo mismo te vestirá después. Si te duele ver a un necesitado y lo ayudas, piensa: si fuera Cristo, ¿qué sacrificio harías? Estos son los exámenes que tenemos que aprobar a cada instante. El verdadero cristiano ve en su prójimo el rostro mismo de Cristo. El Señor dijo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos Míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40). Por supuesto, a cada uno se le da el honor que le corresponde (Romanos 13, 7), pero el amor debe ser el mismo para todos. En el corazón de Cristo hay el mismo lugar para un ministro y para un pobre, para un general y para un soldado.

(Traducido de: Cuviosul Paisie AghioritulCuvinte duhovnicești, vol.2: Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Ed. a 2-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 167-168)