Encontrar a Dios donde solo había muerte y desolación
Hubo algunos que al comenzar la guerra eran como lobos hambrientos y, al volver a casa, eran como mansas ovejas. Conozco muchos casos. Son esos que, como tú, sintieron, por medio de algún acontecimiento milagroso, que el Dios Invisible caminaba a su lado.
«¡Qué maravilloso eso que me cuentas que te pasó en la guerra! Había una persona repartiendo el Nuevo Testamento entre los soldados, en pleno campo de batalla. Eran unos ejemplares pequeñitos, bien encuadernados. También tú recibiste uno. Y pensaste irónicamente: “Aquí lo que hay es plomo y acero… no libros. Y si el acero no nos salva, ¿cómo podría hacerlo un simple libro?”. Y pensaste eso, porque hasta entonces no tenías ninguna relación con la fe en Dios. De hecho, veías la fe como una vieja manta que una caravana humana venía arrastrando desde tiempos inmemoriales, sin propósito ni provecho alguno.
Bien. Recibiste el librito y te lo guardaste en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. ¿Qué sucedió? Dices: “¡Un milagro de Dios!”, y estoy de acuerdo en tu apreciación. Justo ese mismo día, la lucha se tornó más encarnizada. A tu alrededor fueron cayendo heridos, uno a uno, todos tus compañeros. Tú mismo sentiste cómo un proyectil te alcanzaba a ti también. Te llevaste la mano al pecho, esperando sentir cómo se te empapaba de sangre. Pero, nada. Desesperado, te sentaste en el suelo y te quitaste la chaqueta. Y entonces viste la bala incrustada en aquel librito, justo en el bolsillo del corazón. Te estremeciste, como si un repentino escalofrío hubiera recorrido toto tu cuerpo. ¡El dedo de Dios! El libro santo te salvó en aquel campo de acero y plomo. Dices que ese día representa tu nacimiento espiritual. Y, desde entonces, comenzaste a sentir temor de Dios y a aprender las cosas de la fe. ¡Y es que la fe no es una vieja manta! Y no la arrastra una caravana de hombres a través de la historia. Dios te abrió los ojos con Su misericordia. Está escrito: “Dios ama al justo y salva al pecador”.
Muchos perdieron su cuerpo en la guerra. Otros, el alma. Los primeros perdieron menos. Algunos de ellos se ganaron su alma. Estos últimos son los verdaderos vencedores. Hubo algunos que al comenzar la guerra eran como lobos hambrientos y, al volver a casa, eran como mansas ovejas. Conozco muchos casos. Son esos que, como tú, sintieron, por medio de algún acontecimiento milagroso, que el Dios Invisible caminaba a su lado. Como dijo el salmista: “Ante mí tengo siempre al Señor, porque está a mi derecha… jamás vacilaré”. ¿Lees el Salterio?
¡Y si tú, que entonces eras ateo, sentiste cómo el Altísimo entra en la vida del hombre, con mayor razón sientes Su presencia ahora, cuando eres un creyente y practicas tu fe!
¡Que la paz y el gozo del Señor estén contigo!».
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi: scrisori misionare, volumul 1, traducere din limba sârbă de Adrian Tănăsescu-Vlas, ediția a doua, Editura Sophia, București, 2008, pp. 46-47)