Palabras de espiritualidad

Érase una vez un forastero muy rico buscando posada...

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Queridos lectores, ¿se han preguntado alguna vez qué pasaría si nuestro Señor Jesucristo viniera a buscar en dónde hospedarse y dejar Su más grande don, la Gracia Divina, para llenarnos de felicidad y salvación?

Un mediodía de verano, un misterioso viajero llegó a un apartado poblado con perfume balcánico. Se trataba de un hombre muy rico. Viajaba solo, estaba muy cansado y deseaba encontrar pronto en donde hospedarse. Además, tenía la intención de gratificar abundantemente a quienes le ofrecieran un refugio agradable y tranquilo. Siendo inmensamente rico, deseaba ofrecer a sus anfitriones un obsequio como no habían visto jamás en su vida.

Caminando por un callejón, encontró una pequeña casa, simple y agradable a la vista, emplazada en un sitio muy hermoso. Así, quiso intentarlo en aquel lugar. Llamó a la puerta, pero una vez le abrieron y lo invitaron a entrar, sin querer, retrocedió de un salto. Del interior de aquella casa salía un olor repelente. ¿Qué era lo que ocurría? ¡Bajo el mismo techo vivían hombres y cerdos! Sin mencionar el motivo por el cual había llamado a la puerta, el viajero se excusó y se alejó con pasos apresurados. Caminó y caminó junto al riachuelo que atravesaba el poblado. Al poco tiempo divisó una imponente casa, aparentemente nueva, que le llamó poderosamente la atención. Se acercó, llamó a la puerta, pero nadie le abrió. Era el hogar de un malvado hombre, quien, al ver al forastero, salió por la parte de atrás, desató a los perros guardianes y los azuzó para que impidieran que el extraño se atreviera a entrar al jardín.

Resignado, el caminante buscó hospedaje en otra casa, en donde fue recibido cálidamente. Sin embargo, viendo que en el interior todo estaba lleno de polvo, en completo desorden y con montones de basura acumulados entre densas telarañas, entendió que tampoco allí podría encontrar la paz que buscaba y, agradeciendo, se fue. Cuando llegó a la cuarta casa se sentía tan extenuado, que decidió quedarse pasara lo que pasara. El problema es que las habitaciones no sólo estaban en desorden, sino que también servían de hogar para cualquier cantidad de insectos, especialmente chinches y pulgas. Impresionado, dejó rápidamente aquel lugar. Mientras atravesaba otra vez el poblado, sin encontrar en ninguna parte un rinconcito limpio en dónde descansar tranquilamente, se preguntaba cómo los habitantes de aquella pequeña aldea podían vivir en una miseria tan grande, cuando todo lo que les rodeaba era maravillosamente bello. Además del riachuelo mencionado, otros manantiales regaban jardines y huertos, y había fuentes por todas partes. El viajero concluyó que la suciedad que reinaba en las casas de los vecinos del lugar no era por escasez de agua, sino que respondía a la indolencia y dejadez de los mismos.

Finalmente, muerto de cansancio, encontró alojamiento en una choza a las afueras de la aldea, cuyo propietario era un hombre muy hacendoso. Aquí fue recibido con afabilidad por unas personas de gesto amigable y con una sonrisa sincera en los labios. Al entrar, se dio cuenta de que todo en dicho hogar estaba en orden: todo era limpieza y cada cosa estaba en su sitio. Los cristales de las venanas refulgían, en ninguna parte se podía ver una sola telaraña, el piso parecía recién lavado y todo olía a aire fresco. Sin duda alguna se trataba del perfume de los campos y jardines que rodeaban la casa, entrando por las ventanas abiertas de par en par.

El viajero suspiró aliviado y dijo que se quedaría a dormir allí. Finalmente había encontrado un lugar digno para descansar. Ah, y para dejar el obsequio que tenía preparado para quien le sirviera de anfitrión.

Queridos lectores, ¿se han preguntado alguna vez qué pasaría si nuestro Señor Jesucristo viniera a buscar en dónde hospedarse y dejar Su más grande don, la Gracia Divina, para llenarnos de felicidad y salvación? ¿Es que podría hallar un lugar adecuado para descansar?

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Leacul uitat - Sfânta Taină a Spovedaniei, trad. din lb. bulgară de Gheorghiță Ciocioi și Petre-Valentin Lică, editura Sophia, 2007, pp. 9-11)