No te distraigas ante las acechanzas del maligno, quien podría sugerirte que no es necesario confesarte con tu padre espiritual, que basta con ser consciente de tus pecados y que, arrepintiéndote de ellos, recibirás el perdón de Dios. ¡No le creas! Recuerda que un enfermo no dice: “el hecho de haberme dado cuenta de mi enfermedad es suficiente para sanarme... por tanto, no es necesario que vaya al médico, ni tomar ningún medicamento o seguir algún tratamiento para mi padecimiento”. ¿Qué hace en verdad el enfermo? Corre inmediatamente a buscar al médico, y si no puede hacerlo, lo llama por teléfono para que venga a examinarle a su casa, en donde le explica —sin rubor alguno— qué es lo que le duele y le suplica que le ayude a sanar. Finalmente recibe con alegría los consejos del galeno y toma con alivio los medicamentos que éste le prescribe.

Lo mismo pasa con el pecador, cuya alma está enferma. Está obligado, si quiere sanar, a buscar inmediatamente a su médico espiritual y mostrarle las enfermedades de su alma, rogándole que le ayude a sanar, utilizando los remedios adecuados.

Es cierto que el facultativo no puede sanar todas las enfermedades, porque algunas de ellas son incurables. Sin embargo, el médico de almas, con la Gracia de Dios, puede sanar cualquier enfermedad espiritual; basta con que el enfermo confiese su enfermedad y tenga la voluntad de sanar.

(Traducido de: Arhim. Filothei Zervakos, Ne vorrbește Părintele Filothei Zervakos, Editura Egumenița, p. 218 )