Es necesario luchar mucho y esforzarse con denuedo, en misterio.

Debemos probar nuestros pensamientos y utilizar incesantemente los impotentes sentimientos de nuestra alma, para distinguir el bien y el mal, calentando nuestros débiles miembros espirituales con la esperanza en Dios y la lucidez, y aferrándonos a Él con nuestra mente, para que, por la Gracia de Dios —de acuerdo al razonamiento apostólico—, seamos un solo espíritu con el Señor.

Y esta lucha silenciosa, el pensamiento puesto en Dios y el afán, deben ser permanentes, de día y de noche, hagamos lo que hagamos, ya sea que cumplamos con los mandamientos, recemos, trabajemos, comamos o realicemos cualquier otra labor.

(Traducido de: Despre rugăciune și trezvie în învățăturile Sfinților Părinți, Editura Egumenița, p. 154)