Dos vecinas llevaban unos cincuenta años viviendo en paz. Un día, una le dijo a la otra:

—¿Te has dado cuenta de que nunca hemos discutido? ¿Por qué no lo intentamos?

—Está bien. ¿Cómo lo hacemos?

—Vamos a lavar un poco de ropa. Después, yo voy a verter toda el agua sucia en un balde y te diré: ‟¡Ve afuera y arroja esta agua!”. Pero tú no lo harás y así es como empezaremos a reñir.

—Bien.

Dicho y hecho. Luego de unos minutos, la primera le dijo a la otra:

—¡Toma, aquí está el agua sucia! ¡Ve a arrojarla afuera!

La otra mujer tomó el balde y salió a tirar el agua. Cuando volvió, ambas se echaron a reír, viendo que eran incapaces de discutir...

En una revista apareció un artículo sobre un anciano, quien, cuando los médicos le preguntaron ‟¿Cómo ha vidido usted su vida?”, respondió que siempre había sido una persona tranquila y que nunca se había enfadado ni discutido con nadie. Los doctores respondieron: ‟¡Es imposible que jamás haya discutido ni tenido conflictos con otra persona!”. Él dijo: ‟Entonces, es posible que sí haya discutido alguna vez...”. Los médicos exclamaron admirados: ‟¡Seguramente así fue! ¡Ni siquiera a nosotros quiso usted contradecirnos!”.

(Traducido de: Ambrozie Iurasov, Îndrumar creştin pentru vremurile de azi, vol. 1, Editura Sophia, Bucureşti, 2008, pp. 76-77)