Palabras de espiritualidad

¿Estás seguro de que tus buenas acciones son realmente “buenas”?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Dios le da a cada quien las fuerzas necesarias para obrar el bien. 

El primer nivel del pecado es cuando la persona rechaza hacer una buena acción. Dios le da a cada quien las fuerzas necesarias para obrar el bien. Así, si el hombre no quiere hacerlo, peca.

El segundo nivel del pecado es cuando alguien obra el bien, pero con una mala inteción. Dice San Juan Damasceno: “¡El bien no es bueno, cuando no se hace bien!”.

Daré un ejemplo. Pensemos en alguien que ayuna y no come nada, pero murmura en contra de su hermano y siente enemistad hacia él. ¿De qué le sirve ayunar con su cuerpo, si no ayuna también con su alma? O practica la caridad, pero con bienes que les ha quitado a otros. O hace una buena acción, pero se envanece, se llena de orgullo. En este caso, el demonio le arrebata cualquier recompensa. Es decir que el hombre hace cosas buenas, pero no son buenas, porque están mezcladas con el mal.

O realiza una buena acción, pero con un propósito malicioso. Una buena acción realizada con un propósito negativo pasa del lado del propósito, y si el propósito es malo y la acción es buena, esta adquiere ese carácter de maldad. Si el propósito es bueno, la buena acción permanece buena y bien fundamentada.

Del mismo modo, cuando una persona practica la caridad con el propósito de ser elogiada por los demás, o cuando practica el ayuno, la oración o cualquier otra virtud, no buscando glorificar a Dios, sino con cualquier otro objetivo mundano, esa buena acción carece de alma. Está muerta. Cada acción virtuosa tiene cuerpo y alma. El cuerpo es la acción en sí, y el alma es el propósito, si es bueno y correcto.

En ese segundo nivel del pecado podemos poner la buena acción que realizamos de forma incompleta. Esto es, cuando alguien obra algo bueno, pero sin terminarlo, dejándolo a medias. Toda buena acción debe realizarse por completo, no de manera parcial. Cuando una buena acción queda incompleta, nos hallamos en el segundo nivel del pecado.

Pondré un ejemplo más. Cuando la persona eleva sus oraciones a Dios, pero no con su mente y su corazón, sino solamente con sus labios y su boca, mientras su mente se dispersa en cualquier otra cosa terrenal, como acordarse de que tiene que salir de compras, o darles de comer a los animales, o cualquier otra actividad doméstica pendiente. Todo esto se encuadra en el segundo nivel del pecado.

(Traducido de: Arhimandritul Ilie Cleopa, Ne vorbește Părintele Cleopa, volumul VI, ediția a II-a, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2004, pp. 36-38)

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