Este mundo y la forma en que suele arrastrarnos a la confusión y la perdición
El orgullo no le falta a nadie en el mundo. Entre el orgullo, el miedo y la falta de amor de cada uno, y el orgullo, el miedo y la falta de amor de los demás, hay un camino estrecho por el que se puede avanzar sin juzgar, sólo observando con atención.
El miedo une a las personas mundanas entre sí y las convierte en un solo pueblo para poder defenderse. Los cristianos, en cambio, están siempre unidos entre sí por la oración y se reúnen en un mismo lugar, solo para tener a Cristo entre ellos. Solamente aquel que no ha probado antes la paz celestial es capaz de renunciar a sí mismo por su pueblo y por la paz del mundo. La renuncia verdadera es la que se hace por Cristo y por todos los seres humanos. El pueblo del cristiano es siempre uno terrenal, y mientras decimos que queremos que Cristo venga, cuando viene bajo la apariencia de alguien que no nos agrada, lo tratamos mal, lo abofeteamos y lo crucificamos. No hay un pueblo por encima de otro.
Desear algo mundano para tu pueblo por encima de otros pueblos es falta de amor. Los pueblos son los nidos de los pájaros humanos, de los cuales estos han de volar. Reunidos o dispersos, siguen siendo el lugar desde donde uno parte, con la oración, hacia más lo alto. No puede haber una paz terrenal fundada en la falta de amor hacia las personas y sus distintos modos de ser. Y, si llegara a existir, ¿para qué serviría? ¿Qué es una casa limpiada del mal y desprovista de oración, que hemos sustituido por nuestra propia bondad y belleza, como si quisiéramos que sobreviva una flor sin raíces? Esa flor está muerta y pronto entrará en descomposición.
En la cima de estos dos engaños —la defensa del propio pueblo y la paz global— se sientan los soberbios. Unos se inclinan ante el miedo; los otros, ante la sabiduría mundana. Pero todos se postran ante el orgullo. Y todos arrastran al abismo a quienes los siguen y los envidian por su poder terrenal.
El orgullo no le falta a nadie en el mundo. Entre el orgullo, el miedo y la falta de amor de cada uno, y el orgullo, el miedo y la falta de amor de los demás, hay un camino estrecho por el que se puede avanzar sin juzgar, sólo observando con atención. Caminar por el camino de la libertad es en parte terrenal y en parte celestial. Es el camino de la buena valentía, de la confianza, de la gratitud por todo lo que se nos da, y de la preparación, en paz del alma, para lo que sea que venga. Es el camino de quien quiera seguirlo.
