¡Estemos atentos a lo que decimos!
Dios “registra” cada palabra que sale de nuestra boca, ¡y de todas ellas habremos de rendir cuentas! (Mateo 12, 36)
“El que cree que es religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad no vale para nada” (Santiago 1, 26). “No arraigue más en la tierra el deslenguado. al violento lo atrape de golpe la desgracia” (Salmos 139, 11).
¡Tendrás que aprender a controlar tu lengua, para no perderte por completo! Nuestra lengua es, ciertamente, “un animal salvaje”. ¿Se puede amansar semejante fiera? Claro que sí. De lo contrario, el Señor no nos hubiera dicho que tendremos que rendir cuentas por cada palabra que digamos (Mateo 12, 36). Supongamos que el gobierno tiene un aparato que graba todas nuestras palabras. Y que, cada vez que pronunciamos algo que le desagrada, somos enviados a prisión o multados con severidad. ¿Qué haría cada uno de nosotros ante semejante situación? ¿No nos mantendríamos en alerta las veinticuatro horas del día? ¡Sin lugar a dudas así sería! Luego, por temor, cualquiera es capaz de dominar a su propia lengua.
Puede que el gobierno carezca de un instrumento semejante, pero Dios sí que lo tiene. Dios “registra” cada palabra que sale de nuestra boca, ¡y de todas ellas habremos de rendir cuentas! (Mateo 12, 36) Esto significa que, ya que le tememos al Juicio de Dios, tendremos cuidado de lo que decimos. Si no le tememos, diremos todo lo que nos venga a la cabeza, demostrando, así, que no creemos en el Señor, Quien dijo que responderemos el Día del Juicio, como bien señala San Basilio el Grande.
“Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo” (Santiago 3, 2). Es decir: ¡la victoria sobre nuestra propia lengua significa la victoria sobre todas las pasiones! Y el Apóstol Santiago se vale de dos ejemplos de la vida diaria para convencernos.
Uno: tal como sometemos a un caballo con el freno, así también con el control de nuestra propia lengua domesticamos y sometemos a nuestro ser entero, tanto nuestro cuerpo como nuestras pasiones. “Si ponemos a los caballos frenos en la boca para que nos obedezcan, dirigimos así todo su cuerpo” (Santiago 3, 3).
Dos: el timón de una embarcación es solamente una pequeña pieza en comparación con el resto de la nave y, sin embargo, solamente con su auxilio esta puede ser conducida. “Mirad también las naves: aunque sean grandes y vientos impetuosos las empujen, son dirigidas por un pequeño timón adonde la voluntad del piloto quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. Mirad qué pequeño fuego abrasa un bosque tan grande” (Santiago 3, 4-5). “Muerte y vida están en poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto” (Proverbios 18,21). “El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de la angustia” (Proverbios 21, 23).
(Traducido de: Arhimandrit Vasilios Bacoianis, Vorbele pot răni - cum să nu greșim prin cuvânt, Editura Tabor, București, 2013, pp. 10-12)