Examina tu conciencia y, si caíste, ve y confiesa tus faltas
“¡Pobre del que está solo y se cae, sin tener a nadie que lo levante!” (Eclesiastés 4, 10),
Examínate cada día, preguntándote cómo fue para ti esa jornada y cómo fue también la noche anterior. Si pudiste hacer algún bien, agradécele a Dios con humildad. Y si caíste en pecado, como humano que eres, en cualquier aspecto, pídele a tu padre espiritual que te prescriba un canon adecuado para enmendarte, del mismo modo en que los jueces del mundo dictan sanciones para las faltas cometidas por los hombres. Aunque tu mente te diga que no es necesario revelar tus debilidades y caídas a tu confesor, no le ocultes nada a él. Más bien háblale a él también de esos pensamientos que experimentas, como si estuvieras sacando una serpiente de esu escondite, y hazlos desaparecer. De lo contrario, esa serpiente te atacará por la espalda y te matará, llevándote a pecar. Porque dice: “¡Pobre del que está solo y se cae, sin tener a nadie que lo levante!” (Eclesiastés 4, 10), y: “Donde no hay buen gobierno, el pueblo se hunde; la abundancia de consejeros trae salvación” (Proverbios 11, 14); es decir que, una vez confiesa sus malos pensamientos, el hombre se libra de ellos.
(Traducido de: Patericul Lavrei Sfântului Sava, Editura Egumenița, 2010, pp. 98-99)