Palabras de espiritualidad

Extracto de la vida de un anciano guerrero de Cristo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El padre Gerásimo vino al Santo Monte Athos poco tiempo después de la revolución griega y vivió treinta años en el Monasterio de San Pablo. Un día, cuando unos peregrinos le pidieron que les diera algún detalle más de su vida, él les dijo: “Hay momentos en los que el hombre siente como si alzara el vuelo hacia el cielo. Pero también hay otros, duros, complicados, en los que uno no sabe qué hacer. Entonces no puedes ni dormir, ni orar, ni leer, ni estar en tu lugar, ni comer, ni hablar con los demás. Esos períodos de tribulación resultan incomprensibles para quien no los ha vivido”.

Recibió la bendición de su superior para apartarse y vivir como un asceta. Entonces, se mudó a una cabaña cerca de la Nueva Skete. Dicha casita tenía una cerca muy alta y una puerta de madera con una cruz sobre ella, utilizada siempre como señal de que no estaba ahí, para que los visitantes no vinieran a interrumpir su sosiego. Para los conocidos, sin embargo, había un cordón atado a una campanilla que estaba adentro de la celda. Si sonaba la campanilla, el padre salía y recibía a los visitantes, pero solamente cuando era absolutamente necesario.

Cuando partió del monasterio, pagó una cierta suma de dinero para que se le asegurara una provisión de por vida de pan seco. Al comienzo, los monjes venían a entregárselo con alegría, agregando muchas veces también algunas prendas de vestir o calzado. No obstante, con el paso del tiempo, les empezó a resultar muy pesado ir a la celda del padre a dejarle un poco de pan seco periódicamente.

El padre Gerásimo no sentía una especial atracción por el trabajo manual. De vez en cuando confeccionaba alguna cuerda de oración, y se las daba a los monjes para que la vendieran en Kareia. Pero él mismo no salía jamás, y tampoco le pedía nada a nadie. Por tal razón, vivía entre grandes carencias y necesidades.

Un día, cuando unos peregrinos le pidieron que les diera algún detalle más de su vida, él les dijo: 

—Hay momentos en los que el hombre siente como si alzara el vuelo hacia el cielo. Pero también hay otros, duros, complicados, en los que uno no sabe qué hacer. Entonces no puedes ni dormir, ni orar, ni leer, ni estar en tu lugar, ni comer, ni hablar con los demás. Esos períodos de tribulación resultan incomprensibles para quien no los ha vivido. Hay veces en las que te duelen todos los miembros del cuerpo, y no puedes ni levantarte a orar. Pero, si en tales momentos te obligas a trabajar, cualquier dolor desaparece inmediatamente. Sobre todo, si en ese estado acudes a la Madre del Señor, notarás cómo pronto viene su auxilio. Ella siempre nos ayuda. Cuando te sientes mal o cuando te duele todo, necesitas tener determinación, incluso hsata la muerte misma. De lo contrario, jamás podrás vencer. Cuando vives en esta silenciosa soledad, no dependes de nada. ¿Ha llegado el momento de las vísperas o de otro canon de oración? Sea lo que sea, levántate y Dios te ayudará.

Aquel grupo de visitantes quiso provocarlo para que les hablara más de los frutos de su vida como asceta, pero el padre hizo como si la cosa no era con él. Les habló de muchas cosas, sí, pero en general, pero sin dar una respuesta concreta a esa clase de preguntas.

Por ejemplo, le dijeron:

—Padre, ¿no es difícil para los eremitas vivir en un lugar como este, por donde no pasa nadie? El hombre que se aparta de los demás para orar, ¿no necesita ser guiado y supervisado en cada una de sus acciones? 

—Sí, es difícil, pero yo suelo ir a ver al padre Visarión, quien vive un poco más arriba de la skete. Con él tengo largas conversaciones, y cuando quiero confesarme, busco al padre Eutimio, de la skete.

—Pero el padre Eutimio no tiene experiencia en la oración del asceta…

—Ciertamente, no la tiene. Pero la confesión de los pensamientos es obligatoria. Por eso, si quiero tener un diálogo espiritual, busco al padre Visarión. No todos los ascetas viven igual la oración hesicasta. San Isaac el Sirio dice que realmente pocos se han hecho dignos de distintas visiones, justamente quienes viven en pureza. Cuando un estado como ese te abarca, no puedes hacer nada. Solamente te queda envolverte bien en tu hábito y tenderte a dormir, hasta que todo pase. Aún más: ese estado espiritual no puede ser explicado a ninguna otra persona. Todas las luchas, los trabajos o cualquier cosa, en comparación con ese estado, no son nada. Pero, mientras más frecuentemente le suceda eso al alma, más se enaltecerá, y más recibirá los dones del Señor. San Isaac dijo también que una tentación como esa no dura más de una hora, porque, de lo contrario, el alma sería destruida. Pero lo que sigue después es una fructífera transformación. El hombre alcanza una felicidad tan grande, que su alma es abrevada con un gozo indescriptible, como una esponja con agua. En ese momento siente una devoción poderosísima, como a veces sucede con el guerrero al momento de luchar, cuando ve que puede ganar todo y se arroja sobre sus enemigos, seguro de que nada le podrá detener. Lo mismo ocurre con el asceta. Si, con todo, surge alguna tentación, tendrá que gustar la amargura del veneno mortal, y el maligno se abalanzará sobre él cuando menos lo espere. ¡Pero esto también provoca que en el alma brote un fervor incontrolable de vengarse del enemigo, sin pensar nada más!

El anciano Gerásimo, virtuoso guerrero de Cristo, descansó en el Señor en 1880.

(Traducido de: Antonie Ieromonahul, File de Pateric din Împărăția monahilor  Sfântul Munte Athos. Cuvioși Părinți athoniţi ai veacului al XIX-lea, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Christiana şi Sfânta Mănăstire Nera, Bucureşti, 2000, pp. 134-135)

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