¡Felices de los que se arrodillan bajo los brazos de Cristo crucificado!
¡Dichoso de tí, hombre, que estás de rodillas bajo los brazos de la Cruz del Señor! ¡Mira cómo la Sangre redentora gotea sobre tus lágrimas y pecados...! ¡Mira cómo tus manos abrazan con fuerza la Cruz de la redención, así como un náufrago se aferra a su única salvación, para no morir ahogado!
Al hombre que se arrodilla bajo los brazos de la Cruz, se le abren la mente y el entendimiento para encontrarse a sí mismo y el propósito de su propia vida. Arrodillado a los pies de la Cruz, descubre lo terrible de su pecado, tanto, que fue necesario que el mismo Jesús, Hijo de Dios, muriera por él y por el perdón de esa falta.
A los pies de la Cruz se entera del amor que Dios Padre y Dios Hijo sienten por él. A los pies de la Cruz descubre la noticia más importante que algún hombre podría escuchar: que Jesús es su Salvador, que murió por él y por sus pecados, para que fuera perdonado, parar recibir su amor y para salvarle.
¡Dichoso de tí, hombre, que estás de rodillas, bajo los brazos de la Cruz del Señor! ¡Mira cómo la Sangre redentora gotea sobre tus lágrimas y pecados...! ¡Mira cómo tus manos abrazan con fuerza la Cruz de la redención, así como un náufrago se aferra a su única salvación, para no morir ahogado! ¡Dichoso de tí, que has encontrado a Aquel que tanto te buscaba!
(Traducido de: Preot Iosif Trifa, Oglinda inimii omului, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2009, p. 45)