Palabras de espiritualidad

Fragmentos de la correspondencia de un monje con sus hijos espirituales

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

“Todo se hace con la voluntad de Dios. Al hombre de arcilla no le queda más que someterse a las disposiciones divinas…”

Contaban sus discípulos, que, en el Monasterio Vasobia, el padre Vicente Mălău se dedicó al ascetismo con mayor intensidad que en Moldova. Todo el día se lo pasaba en la iglesia y en su celda, rodeado de cientos, o incluso miles de personas. A unos los confesaba, a otros los aconsejaba, para cada uno tenía una palabra de aliento espiritual, y por todos elevaba fervientes oraciones. 

Después, al caer la noche, se retiraba a la soledad del bosque, a un lugar escondido, en donde tenía una cruz muy grande. Ahí, se dedicaba a orar con lágrimas, haciendo también miles de postracioes hasta la llegada del amanecer, cuando volvía a su celda.

En el verano de 1945, el gran padre espiritual, Vicente Mălău, luego de un breve período de sufrimiento, entregó su alma en manos de nuestro Señor y a sus funerales vinieron más de diez mil personas. 

Aún hoy siguen viniendo fieles de la zona de Banat —católicos y ortodoxos—, en peregrinación, al Monasterio Vasiova. Encienden veladoras junto a su tumba, le llevan flores, oran, lloran, hacen postraciones… luego, besan la cruz del sepulcro y vuelven a sus hogares. 

Siete años después de su entierro, las osamentas de este venerable padre, emanando una dulce fragancia, fueron trasladadas al Monasterio Secu. Y sus manos, con las que celebró tantas veces los sacramentos y que tanto ayudaron a los más necesitados, fueron encontradas intactas, como señal de que nuestro Señor Jesucristo lo hizo parte de la congregación de Sus santos, precisamente por la santidad de su vida y su perfecta misericordia para con los demás.

He aquí lo que el padre Vicente escribió a tres de sus hijas espirituales, en sendas cartas redactadas en el Monasterio Agapia, con fecha de 1945:

«Madre Eufrosina, alma justa y santa,

He recibido todas sus cartas y le suplico que no se enfade conmigo, pero es que yo no respondo a nadie hasta que no me siento instado por el Espíritu del Señor, porque en mí es Cristo quien vive, no yo. Él ordena y yo, como siervo, ejecuto. Así, la invito a que viva esta vida en espíritu y en verdad, y, si el Espíritu del Señor la exhorta a escribirme con mayor frecuencia, hágalo, porque me alegra. Respecto a lo otro que me pregunta, le responderé en un sobre separado, sellado».

«Alma pura y justa, 

He recibido su carta y le agradezco mucho por todo lo que tiene usted en su mente y en su alma, pero todo se hace con la voluntad de Dios. Al hombre de arcilla no le queda más que someterse a las disposiciones divinas. Entonces, agradezcámosle a Dios y glorifiquémoslo mientras vivamos en este mundo, dondequiera que estemos, a donde nos lleve el Espíritu Santo, porque Él actúa de una manera tan inescrutable que ningún hombre podría entenderla. 

Sigo orando por usted con toda fe y le envío la bendición del Señor. Amén. ¡Mucha salud le deseo! Quedo a la espera de su correspondencia».

 «Alma justa y fiel, 

Le agradezco mucho por sus palabras, a usted y a las otras cuatro hermanas. Todo lo necesario, lo he hecho, y sigo orando y pidiendo por usted, tal como usted misma me lo encomendó en sus anteriores comunicaciones. Luego, cuiden sus almas, vivan lo que hay en su interior y no lo que está afuera. ¡Que la humildad y la obediencia sean su alimento diario! ¡Queden con Dios! Amén».

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 576-577)