¡Hagamos que se multiplique el bien en el mundo!
Poco a poco aprenderemos una forma de ser que nos ayudará a descubrir que en el mundo no solamente hay mal, sino también mucha belleza y bondad.
Reaccionando al mal con el mal, no hacemos más que multiplicar el mal que hay en el mundo. Pero podemos salir de ese círculo vicioso, solamente si le pedimos a Dios el poder y la sabiduría que necesitamos para aceptar el dolor que nos causa el mal, sin herir también nosotros, pero también sin tolerar el mal. En otras palabras, necesitamos decir que es algo malo, que nos duele y que nosotros pensamos de otra manera, pero sin insultar, sin ofender, sin discutir, sin alzar la voz. Únicamente tenemos que orar con nuestra mente y bendecir al alma herida por el mal, pidiéndole al Señor Su misericordia para aquel que nos hiere a nosotros. Así, poco a poco, aprenderemos una forma de ser que nos ayudará a descubrir que en el mundo no solamente hay mal, sino también mucha belleza y bondad. ¡Con esto, también nosotros nos haremos colaboradores del Bien que viene de lo Alto!
¡Nuestra maldad es un grito de dolor impotente por medio del cual quisiéramos que el mundo fuera más bueno! ¡Pero el mundo se hará más bueno, solamente si cada uno de nosotros elige el Bien!
¡En consecuencia, necesitamos de la paciencia, la inteligencia, la pureza de alma —con el cumplimiento de los mandamientos divinos—, la disciplina del cuerpo por medio del esfuerzo —en la medida de nuestras posibilidades—, la iluminación de la mente con la oración, y el poder que recibimos con la Confesión y la Comunión!
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Uimiri, rostiri, pecetluiri, Editura Doxologia, Iași, 2011, p. 5)