¡Hagamos tiempo para estar juntos, en familia!
Supongo que te acuerdas de lo bien que hicimos en nuestra familia, cuando decidimos respetar aquel juramento: comer todos juntos y comentar, allí, los problemas del día. Es decir, intercambiar impresiones cada día, exponer a los demás los problemas que nos afectan personalmente y encontrar soluciones, juntos, a esos que nos incumben a todos.
Recuerdo ahora una maliciosa caricatura, publicada hace muchos años en una revista, en la que una mujer —evidentemente, acaudalada— relataba lo siguiente a sus hijos, antes de dormir: “Como les decía, niños, papá mide un metro con setenta centímetros, tiene el pelo negro y luce un delgado y simpático bigote; además, es deportista y adora ir de pesca”.
Cada hombre debe tener sus propias ocupaciones y pasatiempos. Lo mismo las mujeres. En una de nuestras primeras cartas hablábamos de la necesidad de una forma de vida propia y cómo esta se vuelve, finalmente, en el “imán” que atrae más fuertemente a los cónyuges.
¿Qué dirías si te enteraras que el mundo se ha llenado de parejas vacías, cuyo amor se ha degradado tanto, que ambos “se matan” por cosas que no tienen ninguna relación con su consorte?
Así las cosas, ¿qué podemos hacer? Algunas veces, las pequeñas soluciones ofrecen resultados impresionantes. Y una de ellas tiene un nombre simple: “convivencia”.
Supongo que te acuerdas de lo bien que hicimos en nuestra familia, cuando decidimos respetar aquel juramento: comer todos juntos y comentar, allí, los problemas del día. Es decir, intercambiar impresiones cada día, exponer a los demás los problemas que nos afectan personalmente y encontrar soluciones, juntos, a esos que nos incumben a todos.
En una de las más bellas atmósferas de familia que he conocido, la pareja había llegado a un “pequeño acuerdo”. Y ese “pequeño acuerdo” demostró ser, posteriormente, una de las más grandes soluciones que podrían haber hallado para su vida en común: se prometieron que, cada noche, antes de dormir, dedicarían algunos minutos para preguntarse mutuamente “¿Cuál fue el momento más feliz de este día para ti?”.
He conocido otras parejas que se han comprometido a salir a comer, al menos una vez al mes, sólo los dos, en algún lugar especial, dejando los niños al cuidado de algún pariente. He resaltado la expresión “sólo los dos”, porque ese encuentro pierde su valor si se implica a otras personas. Hablamos de salir de la particular soledad de cada uno, para que las almas se encuentren “sin intermediarios”.
Seguramente aparecerán circunstancias que los lleven a suspender la aplicación de alguna de las condiciones pactadas. Pero esto no significa que deban renunciar a su empeño y extraer conclusiones apresuradas. Los puentes de comunicación necesitan tiempo para ser construidos.
(Traducido de: Charlie W. Shedd, Scrisori Caterinei. Sfaturi unei tinere căsătorite, traducere de Pr. Constantin Coman, Garoafa Coman, Editura Bizantină, București, pp. 45-46)