Palabras de espiritualidad

¿Hay alguien que esté libre de la soberbia y la vanidad?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El soberbio no tiene cómo agradarle a Dios, aunque pasara toda su vida en el ascetismo más severo. ¡Tan terrible es esta pasión!

La pasión de la soberbia tiene un sinfín de formas. A todos nos gusta envanecernos: algunos por su belleza física, otros por sus riquezas y por los caros ropajes con los que se atavían, otros por las casas que poseen, otros por su fuerza y robustez, en tanto que hay quienes se pavonean por su vasta educación, lo profundo de su pensamiento y los talentos intelectuales o artísticos que tienen. El hombre que gusta de la vanagloria, inevitablemente se vuelve soberbio: se pone en primer lugar, en lo más alto, y todos le parecen malos, inferiores a él, indignos de acercársele. Por eso, se muestra ante ellos con la arrogancia del que lo sabe todo frente a los que no saben nada y no tienen ninguna utilidad. El pobre no puede ver que se halla sometido al pecado mortal de la soberbia, la peor de todas pasiones, porque conforma la esencia espiritual del demonio, razón por la cual Dios la aborrece. Ciertamente, para Dios los soberbios y los arrogantes son aborrecibles. Seguramente hemos escuchado más de una vez aquellas palabras de Santiago: “Dios resiste a los soberbios y da Su Gracia a los humildes”. El soberbio no tiene cómo agradarle a Dios, aunque pasara toda su vida en el ascetismo más severo. ¡Tan terrible es esta pasión!

(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, La porțile Postului Mare, Editura Biserica Ortodoxă, Bucureşti, 2004, p. 50)

 

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