Palabras de espiritualidad

¿Hay “elegidos” que tengan una “inclinación” especial para la vida espiritual o el monaquismo?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿A qué otra conclusión podemos llegar con todo esto, sino que no hay una inclinación especial en los que aman a Dios, sino solamente una buena elección de su parte?

No sólo los malvados demonios luchan contra el progreso de los cristianos, sino que también hay otros factores y distintas causas, teniendo como motivo sea las leyes naturales, sea las que son contrarias a lo natural —las pasiones y apetitos del hombre viejo—, que le asedian. La resistencia metódica en esta lucha invisible y la correspondiente preparación que necesita quien se enrola (en esta cruzada) por el Reino Celestial de Cristo, se deben a la vida y la experiencia monacal. Ciertamente, es gracias a la vida monacal que conocemos en detalle la ley espiritual, que es el criterio infalible de los juicios y voluntades divinas, y, en base a ese conocimiento, nuestra Iglesia, armada con la Gracia Divina, estructura la vida de sus hijos. Esta es, entonces, la revelación del misterio, la razón por la cual muchos cristianos se retiran a lo solitario y a los monasterios, a pesar de los esfuerzos que esto conlleva y los extraordinarios sacrificios que requiere.

En estas breves notas no he dicho nada en comparación con la grandeza e importancia de oblación de los monjes. Pero sí he tocado, en ciertos puntos, nuestro tema, debido a unas irresponsables contemporáneos que no pueden entender el valor de una realidad tan importante, haciéndose también obstáculo para aquellos que sí quieren entenderlo. Porque “no todos pueden entender esta palabra, sino solamente a aquellos a los que les fue dada” [1]. Estos torpes e irresponsables, cuando se les pregunta quiénes son los monjes, usualmente responden explicando parcamente lo relativo a la “inclinación”, es decir que los monjes son esos que sienten determinada “inclinación”. Esto es aceptado generalmente (especialmente, si tomamos en cuenta la palabra de nuestro Señor: “Nadie puede venir a Mí si no se lo concede el Padre” [2]). Y aquí surge un problema: ¿A quién le concede esto el Padre? Es un hecho conocido que Dios no tiene preferencias entre las personas y que no se aparta de nadie, como a veces nos da a entender la interpretación ajustada del término “inclinación”. Es cierto que la palabra “inclinación” es adecuada para el hombre, pero con un contenido distinto. Sin embargo, entre las perfectas características de Dios está también el conocimiento, de acuerdo al cual Dios conoce todo antes de que suceda, tal como conoce también la evolución ulterior de cada ser hasta la realización de su propósito final, la razón de ser que Él le dio. En algunos de los seres racionales, Dios ve que sobra la disposición al bien y que prefieren volver a Él y obedecerle; a estos, Él les concede Su Gracia y los fortalece para que puedan llevar a buen término ese virtuoso propósito. De estos es que se dice que tienen “inclinación”, en oposición a quienes no ejercen dicha decisión. El problema es justamente que no se trata de ninguna inclinación especial a Dios, porque esta sería una injusticia, es decir, que a unos Él los haga progresar y a los otros los ignore, cosa que no podría ocurrir con la divina perfección. A partir de esto concluimos que la más elevada elección para con Dios depende de la disposición del hombre, y no de alguna predestinación especial.

De igual forma, generalmente se cree que la sola elección racional y determinación del hombre para preferir lo que es más excelso puede provocar el divino auxilio, porque la primera voluntad de Dios es “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” [3]. Y la prueba de esto es que, por medio de la fe y los Sacramentos, todos los hombres, sin importar su nacionalidad y su origen, se revisten en Cristo y en toda la Gracia y fuerza divina. Así las cosas, ¿en dónde está lo que abunda en los “elegidos”? Abundancia, sí, pero en todos los que creen, porque exactamente para eso vino la Vida, la Palabra divina, para que “tuviéramos vida, y vida en abundancia” [4]; todos, no solamente algunos. Después, encontramos a Cristo mostrándonos las formas para fortalecernos en cualquier situación, especialmente en la vida espiritual. Porque “esta es la voluntad de Dios, nuestra santificación” [5], dice el Apóstol Pablo. Y Pedro insiste: “Así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta” [6]. De igual forma, está escrito: “Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” [7].

El mandamiento de nuestro Señor de buscar primero el Reino de los Cielos [8] y después todo lo demás, nos muestra que nuestro pirncipal cuidado debe ser la santificación. En esto punto, por “Reino de los Cielos” no debemos entender el descanso histórico de los justos con su segundo nacimento, sino la Gracia del Espíritu Santo, que nos lleva a la santidad, misma que es la voluntad de Dios. Cuando nos encontramos con distintos obstáculos en nuestro camino al éxito, Jesús nos exhorta a llamar, a pedir, a buscar [9]. Sólo así seremos escuchados inmediatamente. Agreguemos a esto que lo que a nosotros nos parece humanamente imposible, para Dios es posible [10]; basta con nuestra buena disposición. Ya que todo esto es conocido por todos los fieles, no me referiré al mandamiento de nuestro Señor de no desalentarnos cuando oramos [11] y cuando pedimos, porque sabemos que seremos atendidos en ese mismo momento.

¿A qué otra conclusión podemos llegar con todo esto, sino que no hay una inclinación especial en los que aman a Dios, sino solamente una buena elección de su parte? [12] Esto es lo que corona la Gracia Divina, elogiando siempre la parte buena, que nunca les será arrebatada a quienes la eligen.

(Traducido de. Gheron Iosif VatopedinulCuvinte de mângâiere, Editura Marii Mănăstiri Vatoped, Sfântul Munte, 1998, traducere de Laura Enache, por aparecer en la Editorial Doxología)

[1] Mateo 19, 11.

[2] Juan 6, 65.

[3] I Timoteo 2, 4.

[4] Juan 10, 10

[5] I Tesalonicenses 4, 3.

[6] I Pedro 1, 15.

[7] Hebreos 12, 14.

[8] Mateo 6, 33

[9] Mateo 7,7.

[10] Lucas 18, 27

[11] Lucas 18, 1.

[12] Si los que aman a Dios tuvieran una inclinación y un don especial de parte Suya, no solamente Él estaría siendo injusto con todos —porque solamente a algunos les estaría dando ese llamado e inclinación, privando a los demás de él—, sino que estaría dejando sin retribución alguna a esos “elsgidos”, porque cualquiera de sus buenas acciones sería solamente obra del don y de su inclinación innata, y no producto de su libre albedrío. Lo que Dios corona no es Su don, sino nuestra libre elección, el hecho que elijamos por nuestra propia cuenta hacer el bien, y no forzados por algún don. Esa voluntad y esa elección son recompensadas por Dios como buenas acciones.