Palabras de espiritualidad

He aquí el camino del Señor

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Esta es la forma en que se desarrolla el proceso de purificación de nuestro ser, contaminado por el veneno del demonio.

He aquí el camino del Señor. Él se muestra al hombre que se arrepiente con sinceridad y el hombre recibe Su amor en la Luz no-creada, de una forma que no tiene tiempo, atemporal. Si repetimos tantas veces esa palabra, “amor”, es porque en ella se reúnen de forma esencial una sabiduría que no es de este mundo, una grandeza infinita, la humildad sin límites que le es propia, una belleza que todo lo vence y una profunda paz. Cuando Dios viene al hombre, le hace, por medio del mismo amor, partícipe de Su Ser. Y esto es algo que no puede ser descrito con palabras humanas. Y nos comprende un único deseo: obtener el amor divino que hemos conocido, de tal forma que se convierta en nuestra propia esencia, imposible de quitársenos para siempre.

Cuando Dios ve que no hay nada en este mundo que pueda separar nuestra alma de Su amor (Romanos 8, 35-39), empieza un período de duras pruebas, ciertamente, pero sin las cuales nos quedaríamos sin conocer las profundidades de los modos creados y no-creados del Ser. Es una prueba muy cruda: una espada invisible nos separa del amado Dios, de Su Luz que no cesa. El hombre es golpeado en todos los planos de su ser. Y no alcanza a entender por qué eso que, en una oración semejante a la del Getsemaní, parecía ser una “unidad en el amor”, ha dado paso al infierno de la separación de Dios.

El amor, cuya llama fuera arrojada por Cristo en el alma del hombre, tiene propiedades asombrosas: le conduce por abismos y cimas inaccesibles para cualquier otra persona, ayudándole a vencer cualquier sufrimiento, incluso la misma muerte. Y muchas veces le arrojará en un espacio infinito, que no puede ser descrito, en donde el hombre está “solo”, sollozando por ver nuevamente la Luz del Dios amado.

Esta es la forma en que se desarrolla el proceso de purificación de nuestro ser, contaminado por el veneno del demonio. El camino de Cristo lleva a un modo de existencia relativo, en constante transformación, a un reino que no es relativo. Es normal que el espíritu del hombre se intranquilice al perder el amor perfecto del Padre, como consecuencia del pecado. La imagen de Dios, el hombre, busca el bien inmutable, absoluto, santo. ¿Y quién podría describir su amor por Dios? ¿En dónde podría hallarse las palabras para describir tan sólo una sombra de la tristeza que sufre el alma que se aparta de su Dios? Nada, fuera del santo amor, podría hacer que las lágrimas broten del corazón del cristiano.

(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Fericirea de a cunoaște calea, Editura Pelerinul, p. 113-114)