¡He aquí la felicidad!
¿Nos está reprendiendo nuestra conciencia por las injusticias, las mentiras y la negligencia que mostramos ante Dios y ante nuestros semejantes?
No hay nada más grande que un corazón puro, porque un corazón así se convierte en trono de Dios. ¿Y qué hay más glorioso que el trono de Dios? ¡Ciertamente, nada! Dios dice esto, de aquellos que tienen un corazón puro: “Yo habitaré y caminaré en medio de ellos; seré su Dios y ellos serán Mi Pueblo” (II Corintios 6, 16). Luego, ¿quiénes son los más felices de todos los hombres? ¿Y qué bien podría faltarles? ¿Acaso no tienen ya todos los bienes y carismas del Espíritu Santo en sus bienaventuradas almas? ¿Qué más podrían necesitar? Nada. ¡En verdad, nada! Porque en su corazón tienen el don más grande que hay: Dios Mismo.
¡Cómo se engañan aquellos que buscan la felicidad lejos de sí mismos, en tierras lejanas y en viajes, en riquezas y en la honra del mundo, en fastuosas propiedades, en los placeres y en la opulencia! Todas esas cosas son vanas y terminan siempre en la peor de las amarguras. La edificación del castillo de la felicidad afuera de nuestro corazón es igual a pretender levantar una casa en un terreno continuamente sacudido por los temblores. En poco tiempo, esa construcción terminará siendo un montículo de escombros y tierra.
¡Hermanos míos, la felicidad está en nuestro interior, y verdaderamente feliz es el hombre que puede entender esto! Examinemos, pues, nuestros corazones y reconozcamos su estado espiritual. ¿Es posible que hayan perdido su capacidad de presentarse ante Dios y hablarle? ¿Es que nuestra conciencia murmura por haber vulnerado Sus mandamientos? ¿Nos está reprendiendo nuestra conciencia por las injusticias, las mentiras y la negligencia que mostramos ante Dios y ante nuestros semejantes?
(Traducido de: Glasul Sfinților Părinți, Traducere Preot Victor Mihalache, Editura Egumenița, 2008, pp. 274-275)