Palabras de espiritualidad

¡He aquí la verdadera felicidad: amar y ser amados!

  • Foto: Benedict Both

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El amor no se transmite genéticamente, como los rasgos físicos, el color de los ojos, la complexión y los talentos. No puede ser heredado como los bienes de un tío millonario. No puede ser comprado con dinero; al contrario, las riquezas son un obstáculo enorme en su camino, porque usualmente quien las posee no es amado con sinceridad, debido a que los otros buscan en él tan sólo sus bienes y poder. Por dinero, por obtener bienes, nadie podría amar a nadie. El amor se obtiene sólo con esfuerzo y trabajo personal. Desde luego que también puede ser ofrecido como un don; sin embargo, si no sabemos apreciarlo, si no lo cuidamos, nos es quitado casi inmediatamente.

En los años sesenta, algunos biólogos comenzaron a plantearse lo siguiente: “¿Por qué la naturaleza eligió, para los humanos, una forma de reproducción tan incómoda e improductiva? ¿Por qué existen dos sexos distintos?”. No encontraron la respuesta, aunque esta era y es muy simple: “Dios hizo al hombre y a la mujer para el amor”, para que ambos se completen y se amen recíprocamente. Sin amor, ningún ser humano podría ser feliz.

El amor no se transmite genéticamente, como los rasgos físicos, el color de los ojos, la complexión y los talentos. No puede ser heredado como los bienes de un tío millonario. No puede ser comprado con dinero; al contrario, las riquezas son un obstáculo enorme en su camino, porque usualmente quien las posee no es amado con sinceridad, debido a que los otros buscan en él tan sólo sus bienes y poder. Por dinero, por obtener bienes, nadie podría amar a nadie. El amor se obtiene sólo con esfuerzo y trabajo personal. Desde luego que también puede ser ofrecido como un don; sin embargo, si no sabemos apreciarlo, si no lo cuidamos, nos es quitado casi inmediatamente.

El amor es el único valor verdadero, porque todos los demás son pasajeros: “Todas las edades se someten al amor”. Ciertamente, aman los niños, los adultos y los ancianos, ofreciéndoles —ese amor—una verdadera felicidad. También la fe y la esperanza son manifestaciones del amor. Creemos en Dios porque lo amamos; ciertamente, creemos en quien amamos y esperamos que ese amor sea recíproco.

Sin amor, ni el más rico del mundo podría ser feliz. Y si en su comodidad y aparente felicidad llegara a pensar que es posible vivir sin amor, tarde o temprano entenderá que es pobre e infeliz, porque nadie lo ama. Cuando parta de este mundo no se llevará con él ni el dinero, ni las ricas vestiduras que ahora usa, mientras que el amor es algo para siempre.

El escritor inglés James Herriot, quien también fue médico veterinario, describe, en uno de sus textos, a un modesto granjero; éste, hallándose en el sencillo comedor de su casa, rodeado de su esposa e hijos, solía exclamar ufano a quien le visitara, “¡Soy más feliz que cualquier rey!”.

Tal es la felicidad verdadera: ¡amar y ser amados!

(Traducido de: Pr. Pavel Gumerov, El şi ea: în căutarea armoniei conjugale, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu Vlas, Editura Sophia, București, 2014, pp. 69-70)



 

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