Hemos recibido todo para poder salvarnos
La eternidad, como la muerte, es una realidad. No viene a buscar trivialidades como café y mermelada. Viene y te lleva. Entonces escucharemos: “¿Qué hiciste por Mí con tu vida, hijo?”.
Recomiendo una alegría incesante en tu interior, porque ésta atestiguará que Cristo está en tu corazón y en tu respiración. Tu corazón vibrará siempre en una oración sin palabras. Luego, se trata de un estado de dominio propio y de serena felicidad, aunque te enfangaras, porque, repito, cualquiera que sea el motivo de una tristeza profunda, viene única y exclusivamente del maligno.
La eternidad, como la muerte, es una realidad. No viene a buscar trivialidades como café y mermelada. Viene y te lleva. Entonces escucharemos: “¿Qué hiciste por Mí con tu vida, hijo?”. ¿Acaso podemos culpar a Cristo por no habernos dado suficiente? Ni siquiera a tu propia madre podrías reprocharle algo así. Te lo dio todo. Te dio, incluso, su sangre. A ella no puedes culparla de nada. Luego, ¿a Dios, Quien creó la sangre, la leche, a tu mamá, a ti...? Tenemos tantos ejemplos conocidos, que no puedes hacer nada. ¡Vive cristianamente y listo! Estos podrían ser los momentos que cualquiera vive al morir. Debemos poder decir, entonces: “A Ti, Señor, te entregué mi vida entera”. Estas son las directrices que obligan a todo cristiano. “Porque no he venido sólo para reyes, sino también para los menesterosos”, dice el Señor. Cristo, en el pesebre, fue Rey y Pobre.
(Traducido de: Părintele Arsenie Papacioc, Despre armonia căsătoriei, ediţie îngrijită de Ieromonah Benedict Stancu, Editura Elena, Constanţa, 2013, pp. 47-48)