“¡Hey, tú! ¡Que Dios tenga piedad de ti!”
El demonio nos sugiere y nos alimenta el deseo de hacer justicia por nosotros mismos, de golpear, porque nos parece que si no golpeamos el mal, este nunca cambiará. Pero no lo golpeamos cuando lo llamamos por su nombre. Nos cuesta mucho aprender esta lección, y solo la oración y una buena palabra, dicha en los momentos de paz, pueden ser de auxilio para nosotros.
Se trata de dos cosas diferentes. Una cosa es la ira, y otra el hablar ofensivamente. El Señor, que sabe cuán atroces e iracundos somos, dice: “Enfadaos, pero no os equivoquéis”. Entonces, no nos concentremos primero en no enfadarnos, sino en no hablar ofensivamente. Para no hablar de forma ofensiva cuando la ira nos inunda, debemos practicar la forma de hablar agradablemente cuando no nos hallamos bajo los efectos de la ira. Conozco a una anciana que dejó de maldecir haciendo lo siguiente: cuando se enfadaba, pero aún no sentía ira, decía: “¡Señor, ten piedad! ¡Madre del Señor, ten piedad! ¡Señor, ten piedad! ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecadora!”. Sin embargo, cuando se llenaba de ira, blasfemaba, porque no podía abstenerse. Y sucedió que un día, en vez de decir “¡Váyase al...!”, dijo: “¡Señor, ten piedad!”.
Recuerdo que mi instructor en la escuela de conducción maldecía como un... chófer (¡hermanos pilotos, les pido que me perdonen!). En un momento dado, yo, como monja, solté las manos del volante y le dije: “¡Por favor, deje ya de maldecir!”. Asustado, él me respondió: “¡Está bien, dejaré de maldecir, pero mantenga las manos en el volante!”. Más adelante, me dijo: “Pero, Madre, ¿qué puedo hacer? ¿Cómo no maldecir? ¿Acaso no ve lo que hace el que va adelante?”. “Lo que Usted tiene que hacer es repetir: ¡Que Dios tenga piedad de ti!”. “¡Está bien!”. Minutos después, se volvió a enfadar con otro conductor, pero esta vez exclamó. “¡Hey, tú! ¡Que Dios tenga piedad de ti!”, con tono de insulto. Y así lo hizo uno o dos años más. Cuando nos volvimos a ver, esta vez en un consultorio médico, me dijo: “¡Madre, todos los pilotos de Bucarest saben que yo soy el que ora por todos!”. Luego, se puede. Entonces, expresemos nuestra ira de una forma que sea correcta ante Dios. Pero, el demonio nos sugiere y nos alimenta el deseo de hacer justicia por nosotros mismos, ese apetito de golpear, porque nos parece que si no golpeamos el mal, este nunca cambiará. Pero no lo golpeamos cuando lo llamamos por su nombre. Nos cuesta mucho aprender esta lección, y solo la oración y una buena palabra, dicha en los momentos de paz, pueden ser de auxilio para nosotros... y la confesión frecuente. Ah, y esta oración, pronunciada temprano, al levantarnos: “Pon, Señor, un guardián en mi boca y una puerta segura alrededor de mis labios”, y Dios actuará. No conozco otro método. A mí este me ha funcionado. ¡Que Dios nos ayude a encontrarnos con todos en Su Santa Alegría!
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Meșteșugul bucuriei vol.2, Editura Doxologia, Iași, 2009, p. 35-36)