No hagas del mal una propiedad tuya; no lo cultives, porque es igual a no tener fe. Si crees, te mantienes en una lógica normal. Si algo no te sale bien, evita culpar al otro. ¡Tienes vedado culpar a los demás, como si fueras un niño pequeño!

Al contrario, tienes que honrar a quien te hace el mal y pedirle a Dios que lo perdone. Sí, tienes que honrar a tu enemigo. Nuestra fe no es algo seco, sino que consiste en no afectar el corazón del otro. Mientras más crees en Dios, más procuras no dañar el alma de tu semejante. Como dice la Escritura: “Orad por quienes os persiguen”. Así, recibiendo la luz de Dios, podrás decir: “¡Señor mío!”, y sentirás la necesidad de llorar y sufrir por el Evangelio.

(Traducido de: Ca aurul în topitoare. Viața mucenicească a unui Iov al zilelor noastre: Anastasie Malamas, Traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2012, p. 26)