Palabras de espiritualidad

Hoy volví a casa más pobre

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

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Mi esperanzas están puestas en Dios, confiando en que Él nos ayudará a atravesar con bien esta prueba.

Soy una persona muy optimista y usualmente feliz. Aunque en mi interior soy sensible, siempre he conseguido esconder ese rasgo, o al menos así me lo parece. Pero hoy siento la necesidad de abrirme, de confesar lo que siento. Por la mañana, don Basilio tocó el simandrón (toaca) y las campanas, y después se fue para su casa. Tal como se lo había pedido yo. Al principio le dije que era mejor que no viniera, y que yo podía tocar las campanas o enviar al joven que canta, pero él insistió, diciendo que al menos de esa manera podría participar en la Liturgia de la Anunciación...

Así, me decidí a oficiar la Divina Liturgia, estrechando con mi corazón y mis oraciones a todos los feligreses, incluso a aquellos que no suelen venir a la iglesia. Al terminar, fui a visitar a doña María, porque es de ella que quiero hablarles. Doña María —o “mi tía”, como me gusta decirle— vive sola. Su esposo murió hace muchos años y, como no tuvieron hijos, se quedó sin nadie con quien compartir el mismo techo. Solamente su hermano —quien tiene ya 84 años y vive a unas pocas calles distancia, con su esposa—, viene a verla con frecuencia. Yo también visito a menudo a “mi tía” y suelo llevarle algo, porque me parece que así es como debemos proceder cuando visitamos a alguien, especialmente si se trata de alguna persona mayor. A sus 93 años, doña María lee perfectamente sin necesidad de utilizar gafas. Su único problema es que cada vez le cuesta más caminar.

¡Tiene una inteligencia y una lucidez maravillosas! Aunque soy sacerdote, cuando visito a doña María, yo soy el que más escucha. Conoce muy bien la Biblia, de la cual, con mucha humildad, a veces me lee algunos pasajes. Me habla con familiaridad de los Santos Padres, y siempre tiene una explicación para todo, tanto desde su propia experiencia de vida, como a partir de los libros que tuvo y leyó desde mucho tiempo atrás.

Fui a visitar a “mi tía” María, pero, para protegerla, dejé la bolsa con alimentos ante su puerta. Hoy extrañé mucho sus consejos. Hoy volví a casa más pobre. Mi esperanzas están puestas en Dios, confiando en que Él nos ayudará a atravesar con bien esta prueba, y en que esas personas tan amadas, como doña María, seguirán tan sanas como lo están hoy. Todavía nos queda mucho por aprender de ellas.

(Padre Cristian Ursulianu)

 

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