¡Huye, huye mientras puedas!
Huye de la pereza y la dejadez. Permanece atento y alerta con tus pensamientos y que tus acciones respondan a tu propio estado.
¡Huye, huye mientras puedas!
- En primer lugar, de la camaradería con personas escandalosas, si es que en verdad no quieres que el pecado te atrape y mueras (por eso Salomón llama sabio al que teme y huye de las causas del mal, y loco al que confía sólo en si mismo y no se aleja de aquellas). “El sabio teme el mal y se aparte de él, el tonto sigue adelante sin preocuparse.” (Proverbio 14, 16). Sabio fue también el bellísimo José y, por eso, abandonando sus vestiduras y huyendo del pecado, logró escapar de éste. Porque si no hubiera huído, con toda seguridad hubiera caído en pecado con su patrona, así como concluyen muchos preceptores. Y, como escribe el anciano Macario, loco fue aquel discípulo de Cristo, quien, después de sufrir mucho por la causa de Aquel, estando preso y siendo tentado por una monja, cayó en la lujuria, por confiar en sus propias fuerzas y no evitar a esa mujer que le tentaba. Por el mismo motivo, el Santo Apóstol Pablo dice: “Huyan del ayuntamiento indebido” (1 Corintios 6, 18).
- Huye de la pereza y la dejadez. Permanece atento y alerta con tus pensamientos y que tus acciones respondan a tu propio estado.
- No te escuches a tí mismo, sino sométete con facilidad a tus superiores y a tus guías espirituales, cumpliendo con devoción y prontitud lo que te ordenen. Sobre todo, cuando se trate de llevarte a la humildad y alejarte de tus impulsos naturales, renunciando a tu propia voluntad.
- No juzgues nunca ni condenes con deshonestidad a tu prójimo. No lo condenes, aún tratándose del pecado carnal que mencioné antes y aunque éste fuera evidente. Múestrate siempre tolerante con él. No lo provoques, ni lo insultes, sino que, tomándolo de ejemplo, házte humilde y reconoce tu propia debilidad, porque eres polvo y ceniza, diciendo: “hoy él fue el que cayó, mañana podría ser yo”. Debido a que seguramente te apresurarás a juzgar y difamar a los otros, Dios te castigará con mucha severidad por ésto, dejándote caer en la misma falta. El Señor dice: “No juzguen, para que no sean juzgados” (Mateo 7, 1).
- Humíllate, para que puedas conocer tu orgullo. De lo contrario, cuando tu orgullo te haga caer, conocerás la humildad. Busca cómo sanar tu orgullo y tu degradación. Aunque Dios te proteja, impidiéndote caer, no confíes en tí mismo, sino que duda de tí mismo y siente temor de tu propio estado.
- Permanece atento al obtener algún don divino y cuando halles algún bienestar, para que no te venga algún pensamiento vano o alguna alucinación, convenciéndote que ya eres algo y que tus enemigos no pueden ya atacarte, al demostrarles que los odias y que te has alejado de ellos. Pensando así caerás fácilemente.
(Traducido de: Nicodim Aghioritul, Războiul nevăzut, Editura Egumenița, Galați, pp. 57-59)