Palabras de espiritualidad

“Jesucristo, Vida nuestra y Resurrección nuestra” (Carta pastoral de Pascua, 2025. Metropolitano Teófano de Moldova y Bucovina)

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La comunión con Cristo es la comunión con la Vida verdadera. Por eso, nuestra salvación tiene lugar solamente por medio del encuentro con Cristo y con nuestra perseverancia en permanecer y en profundizar nuestra relación personal y directa con Él

† TEÓFANO

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Iaşi y Metropolitano de Moldova y Bucovina.

Amados párrocos, piadosos moradores de los santos monasterios y pueblo ortodoxo de Dios, del Arzobispado de Iaşi:

Gracia, alegría, perdón y auxilio del Dios glorificado en Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

«Celebramos la muerte de la muerte, la desolación del infierno y el comienzo de otra vida, eterna» [1]

 Amados hermanos sacerdotes,

Venerables moradores de los santos monasterios,

Cristianos ortodoxos,

¡Cristo ha resucitado!

Cada año esperamos la fiesta de la Santa Pascua y la vivimos con una alegría especial. Es una alegría que viene de nuestro interior, pero también desde fuera de nosotros, porque la Resurrección de Cristo es una realidad que no pertenece a este mundo, sino que lo supera. Los cristianos, congregados en sus respectivas parroquias en esta noche santa, dan testimonio, con su misma presencia, mucho más numerosa que en el resto del año, que algo místico los convoca para celebrar. Algo profundo y divino los llama a participar del gozo inefable de esta fiesta, tal como nos exhorta el canto de la Iglesia: «Venid, del nuevo fruto de la vid, del gozo divino, en el día anunciado de la Resurrección, compartamos el Reino de Cristo, alabándole como a Dios, por siempre» [2].

Nuestra fe tiene como fundamento la Resurrección de Cristo. Esto es el Evangelio, la Buena Nueva, con la cual los Santos Apóstoles conquistaron y transformaron el mundo. Lo que ellos predicaban no era una filosofía llena de erudición, «en las persuasivas palabras de la sabiduría humana» [3] o algún método misterioso con el cual los problemas de salud, sociales, económicos o de cualquier otra clase pueden encontrar eficientemente una solución, asegurando a la humanidad su felicidad, su bienestar y una vida terrenal libre de preocupaciones. Lo que ellos anunciaron al mundo fue la verdad de que, por medio de Cristo, Dios-Hombre, la muerte —el verdadero problema de la humanidad— fue vencida y una nueva vida llegó al mundo, la vida divina.

«Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, pues la vida se ha manifestado, la hemos visto, damos testimonio de ella y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos ha manifestado; eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros, como lo estamos nosotros con el Padre y con su Hijo Jesucristo», dice San Juan el Evangelista [4]. Por esta razón fue que el Apóstol Pablo pudo afirmar firmemente que «si lo que esperamos de Cristo es sólo para esta vida, somos los más desdichados de los hombres» [5], porque «si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana nuestra fe» [6].

La Resurrección de Cristo es la respuesta de Dios al error primigenio del hombre. «Ebrio en el Paraíso por el endulzamiento del veneno de la autodivinización luciferina» [7], como dice San Sofronio, el primer hombre eligió romper con Dios, Quien es el único manantial de vida. La consecuencia de esto fue que la corrupción y, finalmente, la muerte, entraron desde entonces al mundo. Sin embargo, la tragedia del hombre no es tanto su muerte biológica, la separación del alma del cuerpo, sino la muerte eterna, la incesante profundización en el sinsentido, en la ausencia de toda esperanza. De esta muerte nos extrajo el Hijo de Dios, haciéndose hombre como nosotros, sin pecado, asumiendo el estado de la humanidad que había caído. Cristo sufrió la muerte en la Cruz y resucitó de entre los muertos, abriéndonos, así, el camino hacia la Vida verdadera: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo Unigénito, para que quien crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» [8].

Amados hermanos y hermanas en Cristo, el Señor,

Poco tiempo antes de Su Pasión, Jesús se acercó a Betania, lugar de origen de Marta y María. La respuesta que ambas hermanas dieron a Su llamado, estuvo marcada por su preocupación ante la inminente muerte de su hermano Lázaro, enfermo de gravedad. Cuando Jesús llegó al lugar, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Su cuerpo, de hecho, ya había empezado a descomponerse. Humanamente, no cabía esperanza alguna. A pesar de todo, cuando salió al encuentro del Señor y Este le aseguró que su hermano habría de resucitar, Marta, apesadumbrada, encontró las fuerzas para confesar: «Sé que resucitará en el último día» [9]. La hermana de Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, confiaba en que, al final de los tiempos, su hermano resucitaría. Esa es la misma interpretación que muchos cristianos de la actualidad dan a la resurrección, entendiéndola como un suceso muy lejano, algo que ocurrirá al final de los tiempos. Con todo, Jesús le da a Marta una respuesta que viene a cambiar por completo la perspectiva que hasta entonces existía de la humanidad: «¡Yo Soy la Resurrección y la Vida!» [10]. Esas mismas palabras las volvería a pronunciar el Señor, un poco más tarde: «Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida» [11].

Así pues, la vida eterna no es una realidad abstracta, impersonal, una felicidad indefinida. «La vida eterna es Jesucristo. Él, como “el primero nacido de entre los muertos” [12], lleva al hombre a Su vida, (...) perfeccionándolo como persona a semejanza” Suya» [13]. Esto significa que el encuentro Con Cristo es un encuentro con la Vida Misma. La comunión con Cristo es la comunión con la Vida verdadera. Por eso, nuestra salvación tiene lugar solamente por medio del encuentro con Cristo y con nuestra perseverancia en permanecer y en profundizar nuestra relación personal y directa con Él: «Permaneced en Mí, como Yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo Soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto; porque sin Mí no podéis hacer nada» [14].

Con la Resurrección de Cristo, la vida eterna entró a este mundo, y quienes creen y cumplen los mandamientos divinos, la reciben desde ahora. «Si alguno me ama, guardará Mi Palabra, y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» [15]. La vida nueva, que recibimos con el Bautismo y en la cual estamos llamados a crecer posteriormente como parte de la Iglesia, representa otra forma de ver y abarcar la realidad, lejos de la perspectiva común, mundana. A medida que vive realmente y con certeza el encuentro y la unión con Dios, la vida y los actos del hombre empiezan a parecerse a la vida y los actos divinos. Tal como Cristo es Dios y Hombre, el cristiano verdadero llega a vivir, simultáneamente, de forma humana y divina. Entonces, no vive más aislado, separado, lejos de Dios, sino que sus pensamientos, sus palabras y sus actos llevan el sello de la presencia de la Gracia Divina. Lejos de perder su identidad, se vuelve verdaderamente único y personal, creando una forma para empezar a ser de Dios. Tiene «el pensamiento de Cristo» [16] y se relaciona con sus semejantes, no de cualquier forma, sino del mismo modo en que lo hizo Cristo [17], porque tiene la conciencia del hecho de ser «templo del Espíritu Santo» [18]. «Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios» [19].

Cristianos ortodoxos,

Estamos llamados a hacernos no solamente obedientes a la Palabra de Dios, sino a cumplirla a cabalidad. La participación de la gracia de la Resurrección, de la vida eterna, implica también, de nuestra parte, un esfuerzo consistente y perseverante. Esto, porque Dios, Quien «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» [20], respeta absoilutamente la libertad del hombre: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él Conmigo» [21].

«Trabajad por vuestra salvación con profundo acatamiento, pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar, según Su voluntad», nos exhorta San Pablo [22].

Los tiempos que vivimos no son fáciles. Hay mucha agitación en nuestro país y también en el mundo. Hay mucha división entre hombres y pueblos, se ha perdido el respeto y la comprensión, y lo que abunda es la enemistad para con aquel que expresa una opinión distinta. Hay muchos que desean someter a sus semejantes, e imponer, a cualquier precio, su voluntad. Hoy en día, se mantienen activos conflictos armados en distintas partes del mundo, y todos sabemos que “guerra” significa matar a tu hermano. Hay muchas almas llenas de desesperanza y desánimo.

No podemos ser indiferentes ante esta realidad. Por otra parte, si Cristo murió y resucitó por nosotros, si nos otorgó la vida verdadera, no está bien que nosotros, los cristianos, nos dejemos inundar por la desesperanza, por grandes que sean las pruebas que enfrentamos hoy y que enfrentaremos mañana. Asimismo, es nuestra responsabilidad no quedarnos impasibles ante el drama del mundo en el que vivimos, sino que tenemos que irradiar luz y dar consuelo a los apesadumbrados.  Estamos llamados a «ensanchar nuestros corazones» [23], sintiendo dolor por el dolor del otro, asumiendo, en la medida de nuestras posibilidades, el dolor de nuestro semejante o el de quien está lejos, amigo o enemigo, para presentarlo, con nuestras oraciones, frente a Dios.

La única solución para nuestros problemas es la vida con Dios. Si estamos con Él, en nuestra familia todo va mucho mejor. La soledad es, igualmente, vivida con más esperanza. Con Dios, el éxito no nos lleva a la soberbia y el fracaso nos arroja a la desesperación. Cimentado en Dios, el hombre encuentra más fácilmente con qué ocuparse, porque se contenta con menos, hasta que venga mucho más.

Siendo que muchos de quienes dirigen los destinos del país son hijos de la Iglesia, confiamos en que velan por su bien. Además de análisis minuciosos, consultas honestas y enfoques profesionales, esperamos que nuestras autoridades, en las ciudades, los los poblados y el país entero, sean conscientes de que la razón humana autónoma no es suficiente. Por eso, esperamos que sus grandes decisiones estén inspiradas en el Evangelio de Cristo y que no lo contradigan, porque es el único que no se equivoca.

Como partícipes de la Resurrección de cristo, esforcémonos en vivir cada día sin pecado, siendo conscientes de que “pecado” es sinónimo de “muerte”, en tanto que una vida virtuosa y agradable a Dios, le da un sentido verdadero a nuestra existencia. Cada Señal de la Cruz que hacemos, cada oración que elevamos, cada participación en la Divina Liturgia debe significar vida para nosotros, es decir que debe constituir una actitud concordante con el credo que confesamos. «Cada día y cada noche tenemos que mantener en nuestra mente la idea de que Dios nos está viendo, que escucha nuestras oraciones, que ve lo que hay en lo profundo de nuestra alma» (...). Que nuestro pensamiento se mantenga allí donde está Cristo. Entonces, nuestra oración estará con Él y no quedará más lugar para las pasiones. Nos acostumbraremos, así, a vivir de esa forma y, llevando una existencia totalmente pacífica, podremos restaurar nuestro ser entero. En esta vida no hay nada banal, insignificante, inútil. Si mantenemos nuestra mente con Dios, nos resultará fácil guardar todas las leyes, disposiciones y restricciones exteriores, sin convertirnos en sus esclavos. Las formas exteriores de la vida se entrelazan fácilmente con la mente espiritual [24].

Que la luz de la Resurrección nos llene a todos y al mundo entero, proclamando hasta los confines de la tierra que: ¡Cristo ha resucitado!

Su hermano y padre en Cristo,

† TEÓFANO

Metropolitano de Moldova y Bucovina

 

Notas bibliográficas:

 

1. Canon de la Resurrección, canto VII, verso II.

2. Canon de la Resurrección, canto VIII, verso I.

3. 1 Corintios 2, 4.

4. 1 Juan 1, 1-3.

5. 1 Corintios 15, 19.

6. 1 Corintios 15, 14.

7. Archimandrita Sofronio, Vom vedea pe Dumnezeu precum este [Veremos a Dios tal cual es⁆, traducere din limba rusă de Ierom. Rafail (Noica), Ed. Sophia, Bucarest, 2005, p. 37.

8. Juan 3, 16.

9. Juan 11, 24.

10. Juan 11, 25.

11. Juan 14, 6.

12. Colosenses 1, 18.

13. Georgios Mantzaridis, Morala creştină [Moral cristiana⁆, trad. diac. Cornel Coman, Ed. Bizantină, Bucarest, 2025, p. 944.

14. Juan 15, 4-5.

15. Juan 14, 23.

16. 1 Corintios 2, 16.

17. Cf. Romanos 15, 7.

18. 1 Corintios 6, 19.

19. 1 Pedro 4, 11.

20. 1 Timoteo 2, 4.

21. Apocalipsis 3, 20.

22. Filipenses 2, 12-13.

23. Cf. II Corintios 6, 13.

24. Archim. Sofronio, Din Viaţă şi din Duh [De la Vida y del Espíritu⁆, traducere din limba franceză de Ierom. Rafail (Noica), Ed. Reîntregirea, Alba Iulia, 2014, p. 54.