Palabras de espiritualidad

La hospitalidad es una forma de practicar el amor cristiano

    • Foto. Silviu Cluci

      Foto. Silviu Cluci

Aún a día de hoy, en los monasterios se recibe a los visitantes con una mesa completa, así sea en los momentos más “imposibles” del día.

Si las pasiones se hallan tan estrechamente ligadas entre sí, y si su esencia se manifiesta especialmente en las relaciones inter-humanas, entonces, es de esperar, a la inversa, que el sentido verdadero de comer se manifieste con la mayor claridad posible en las relaciones inter-humanas. Una gran cantidad de textos hablan de la hospitalidad, que, en las regiones orientales —especialmente en los solitarios territorios habitados por los Padres del desierto, donde no había ni hoteles ni tiendas para aprovisionarse—, tenía un significado totalmente distinto al de la sociedad occidental moderna, caracterizada por su sobreabundancia. Los comensales dependían literalmente de la hospitalidad de su anfitrión, quien, con cada visita, se veía en la situación de compartir con cada invitado hasta el último trozo de pan.

Por eso es que, para los monjes, el acto de comer juntos tenía un valor muy especial, no solamente los sábados, los domingos y los días festivos, cuando se encontraban en la Divina Liturgia y en ágape que le seguía. Era una ocasión para servir también algo de vino, pero solamente un vaso por persona. Tener un invitado representaba prácticamente organizar un banquete. Y esto sucedía con cada visitante, incluso varias veces al día. No está de más aclarar que, en tales circunstancias, el ayuno quedaba suspendido. Quien haya viajado a esas regiones, sabe bien que, aún a día de hoy, en los monasterios se recibe a los visitantes con una mesa completa, así sea en los momentos más “imposibles” del día. Evidentemente, la llegada de algún peregrino o de algún huésped siempre está prevista, y a este no le sirve de nada excusarse argumentando que ha comido ya tres veces en ese día…

El mandamiento de la hospitalidad tiene una sacralidad tan intangible, que ni siquiera a Evagrio se le ocurrió limitarlo de alguna manera. De hecho, él solamente aconseja que, en caso de que te inviten muchas veces, es mejor negarse con amabilidad, o, si te ves obligado a recibir muchas visitas, lo mejor es elegir una celda más apartada. Sin emhargo, esto no implica la anulación del mandamiento de la hospitalidad. ¿Para qué, entonces, recomendar esas medidas de “precaución”? Porque el anfitrión está obligado a comer con sus huéspedes… ¡así sea seis o siete veces al día!

La norma es, en consecuencia, el amor, porque anula implícitamente todas las demás “normas” que el hombre se ha impuesto libremente. Por su parte, el amor es el mandamiento supremo de Cristo. Este hecho es válido, desde luego, especialmente para el caso de los ancianos y los enfermos:

“Dales a los ancianos vino y a los débiles alimento, porque han desgarrado la carne de su juventud”.

(Traducido de: Ieroschimonahul Gabriel BungeGastrimargia sau nebunia pântecelui – știința și învățătura Părinților pustiei despre mâncat și postit plecând de la scrierile avvei Evagrie Ponticul, traducere pr. Ioan Moga, Editura Deisis, Sibiu, 2014, pp. 131-133)