La amorosa Providencia de Dios
Los testimonios de la naturaleza, la Biblia y la historia de la humanidad confirman la misma verdad y hacen, al unísono, la misma constatación: “Dios es nuestra salvación y nuestra gloria, Dios es nuestro auxilio. Nuestra esperanza está puesta en el Señor”.
Los fieles se confían a la Providencia de Dios y por eso oran, pero también saben que el mundo no es conducido por medio de caprichos, ni por los milagros que muchos reclaman cada día, a cada paso, sino por medio de leyes generales, constantes y eternas, dadas por Dios. También saben que Dios permite el mal por respeto al libre albedrío del hombre, pero es Él quien interviene, por los medios dignos de Él, para debilitar su poder, apartarlo, extinguirlo o castigarlo. Dios no quiere imponer castigos capitales por cualquier abuso. Las ciencias no son prohibidas por algunas de sus aplicaciones erradas o abusivas, ni las artes por sus tergiversaciones negativas (libros pornográficos, pinturas desagradables, venenos mortales, bombas atómicas, etc.). De igual forma, ni la Providencia y, en específico, la religión, son contestadas por la existencia de algunos hechos y sucesos que, por falta de perspectiva y horizonte, a nosotros nos parecen equivocados.
Con la Providencia Divina ocurre lo mismo que con el rostro del hombre o la faz de la tierra: si la vemos por completo, nos parece hermosa, armoniosa, encantadora. Pero si la vemos con ojos pequeños como de hormiga y la examinamos de cerca, empezaremos a encontrarle defectos por todas partes y hasta podríamos hacerle un sinfín de observaciones. A partir de unos pocos detalles creemos poder juzgar el todo (Duplessy), como si los consejos y el juicio de Dios fueran lo mismo que los consejos y el juicio del hombre (ver Isaías 55, 8-9).
Así pues, recordemos que el mundo no se conduce por la fuerza de la materia bruta o el poder de un destino ciego o de sucesos fatales, sino por medio de la fuerza moral divina de la Providencia, que actúa de una forma tal que reconcilia la autoridad con la libertad, el amor con la ley, y la bondad con la justicia. Los testimonios de la naturaleza, de la Biblia y de la historia de la humanidad confirman la misma verdad y hacen, al unísono, la misma constatación: “Dios es nuestra salvación y nuestra gloria, Dios es nuestro auxilio. Nuestra esperanza está puesta en el Señor” (Salmos 61, 7; ver también Salmos 103 y 120; Lucas 12, 15-31).
(Traducido de: Ilarion V. Felea, Religia iubirii, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2009, pp. 149-150)